s placentero cada vez que se escucha de migrantes y sus respectivas organizaciones en la movilización. Sus derechos y libertades son cuestión que atañe a la sociedad en su conjunto y por esto es preciso apoyar desde otros espacios de la sociedad sus reivindicaciones y felicitar el esfuerzo constante y nunca rendido de su camino de liberación.
Es así que en estas semanas, el debate y la movilización acerca de la anhelada y apremiante reforma migratoria en Estados Unidos captura nuestra atención. Dejando a un lado el debate meramente legal y legislativo que cruza los pantanos parlamentarios y las nieblas de los intereses cruzados, creemos importante dirigirnos al movimiento social que apoya dichas movilizaciones tanto en Méxioc como en el país vecino.
Por su composición y amplitud es difícil hoy discernir quién es quién en el movimiento de solidaridad con la lucha migrante. Y ahora no es importante esa diferenciación, pues hoy el movimiento está unido en la persecución de un objetivo tan importante como esencial, esto es, la reforma migratoria que permita a al menos 12 millones de ciudadanos salir de la invisibilidad, la precariedad del derecho, el chantaje, la amenaza y la incertidumbre. También es importante subrayar olvidos, omisiones y riesgos que conlleva dicha reforma migratoria.
Ante todo es preciso advertir los riesgos de apoyar una reforma que si bien contempla una salida de regularización –por más difícil y perversa que resulte–, viene con una serie de medidas represoras de primer nivel. Es, por un lado, la cédula biométrica –última frontera tecnológica del control social–; por otro, la militarización ulterior de la frontera. Si no fuera suficiente, la propuesta de reforma migratoria no considera ninguna medida que ataque el grave y urgente problema del racismo creciente en la sociedad estadunidense. Una reforma seria debería poner el tema de la discriminación en el centro del debate, ya que es el meollo del asunto, pues no hay derecho que sea válido ni practicable en una sociedad racista.
Y, sin embargo, éstos siguen siendo problemas aún menores. Porque cualquier propuesta de reforma migratoria que se pueda plantear en Estados Unidos seguirá siendo limitada, parcial y hasta inútil si no ataca el problema con perspectiva distinta. Por lo anterior, propuestas como las recientemente presentadas u otras discutidas en el pasado seguirán siendo reformas y leyes migratorias compatibles con el actual sistema productivo y económico, mismo que es la principal causa de las corrientes migratorias que tanto asustan a los países ricos.
Un aspecto fundamental, por ejemplo, resulta la división arbitraria entre migrantes residentes –aunque ilegalmente– y migrantes que se desplazan. Es absurdo observar el silencio alrededor de esta diferenciación que los gobiernos se preocupan por mantener y que, por el contrario, deberían presentar como un asunto medular en cualquier movimiento migrante o en solidaridad con ellos que quiera ser digno de tal nombre. No es posible insistir en separar a los pocos afortunados
que lograron cruzar desiertos, mares, montañas, ciudades y fronteras; de los muchos que lo anhelan, pero que aún no lo tienen.
Una verdadera reforma migratoria no puede contemplar la regularización sólo de quienes ya vivan en el territorio de llegada; sino que tiene que considerar nuevas, modernas (ahora sí), eficientes, justas y equitativas formas de ingreso legal al país de llegada. Salvar a unos para condenar a la mayoría es lo que siempre se hace. ¡Que al menos esta vez no se haga con el beneplácito de las organizaciones migrantes!
Otro punto importante, más en el contexto específico de Estados Unidos, es la cuestión de los refugiados. Que el fenómeno resulte más importante del otro lado del mundo no significa que Washington no deba asumir las consecuencias de las guerras, contaminaciones, desastres, etcétera, que se ha preocupado de exportar por el globo. El tema de los refugiados, por la cantidad de personas en ese estado y por las causas de dicha situación, debería ser también incluido en la reforma migratoria, mediante la construcción de mecanismos de acogida, ayuda, apoyo, de los millones de ciudadanos que padecen no sólo la pobreza, sino la necesidad de abandonar un territorio por la ausencia de condiciones para la salvaguarda de la misma vida.
Por último, es importante mencionar que una verdadera reforma migratoria debería hacerse cargo de romper de una vez por todas esa extraña, aunque muy de moda relación arbitraria entre permanencia legal en un territorio y relación de trabajo. El supuesto según el cual un migrante tiene derecho a quedarse sólo en virtud de una relación laboral es tan antiguo que ya nadie se atreve a cuestionarlo. Y, al contrario, en el panorama de la crisis económica y laboral, en el horizonte del cambio de paradigma productivo, de flexibilidad laboral, de precariedad del puesto de trabajo; con todo lo anterior es preciso que una reforma migratoria verdadera cuestione este falso axioma de la ciudadanía para extranjeros y conceda plenos derechos al migrante por el sencillo hecho de ser ciudadano de este mundo.
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