legaron los tan ansiados días de asueto. En la inusitada (y también anhelada con desesperación) calma que se vive en la ciudad de México, algunos de nosotros aprovechamos el tiempo para leer y reflexionar un poco. En la vorágine en que vivimos, apenas podemos cumplir con nuestras obligaciones porque, hágase lo que se haga, la realidad cotidiana nos rebasa.
Mi primera reflexión en estas fechas va en torno a cómo solemos llamar a estos días. Las opciones más usuales son: vacaciones, días de descanso, semana santa, semana mayor, días santos, días de guardar, etcétera. Ninguna de estas frases parece encuadrar con lo que enuncian.
En mi mente aparecen escenas y sucesos, unos recientes y otros no tanto que chocan con la realidad. En ella encuentro como protagonistas a la mentira y los dislates humanos que aparecen por doquier. Tanta es la incongruencia que uno no sabe por dónde empezar el inventario. En el principio, diría San Juan, hablemos del consumismo. Las salidas de la ciudad enloquecen a los pobres ciudadanos, las carreteras se congestionan, las playas se abarrotan de personas y los hoteleros y los comerciantes intentan hacer su agosto en abril.
Ni qué decir de los accidentes automovilísticos y de los niveles elevados de alcohol, de imprudencia y de salvajismo que emergen asociados a ellos.
Si nos aproximamos a la celebración religiosa, las cosas no pintan mejor: procesiones, representaciones religiosas delirantes, latigazos y demás manifestaciones del mea culpa. Por un lado los VTP
y los resorts cinco estrellas
prometen el paraíso de la negación y la manía. Por el otro, haz penitencia y siéntete culpable (o actúa con piedad hipócrita) y el buen Dios te perdonará. ¡Todo es mentira! Pero las hay peores y más graves. El balance es terrible: Dieciocho mil muertos, desempleo, pobreza, violencia extrema, ingobernabilidad y un negro porvenir es hasta ahora el panorama del actual sexenio que nos prometió bienestar y trabajo.
La Iglesia católica también ha obtenido un vergonzoso puntaje en la escala de la mentira y el escarnio. La pederastia se le convirtió al clero en un entretenimiento
costoso. Sus inmensas riquezas se han visto algo mermadas, debido a las demandas que enfrentan por abusos sexuales.
Creen que basta con decir hay que perdonar a los pecadores
¿Y las víctimas y su sufrimiento? ¡Bonita semana santa en el Vaticano! No le bastará a Ratzinger lavarles los pies a los seminaristas de Roma, como acto de humildad para borrar las atrocidades de los pederastas protegidos bajo su santo manto.
A todas estas barbaridades se agregó esta semana el homicidio de una indefensa niña de cuatro años de edad que apareció muerta en su propia casa. El dictamen forense preliminar señala que la menor murió por asfixia, pero no deseo entrar en la trama policiaca. Mientras los medios de comunicación se interesan en este tema, aún está fresca la tinta de las notas en torno a la muerte de los jóvenes de Ciudad Juárez y los estudiantes asesinados del Tec de Monterrey.
Las familias siguen sumidas en el dolor y bien sabemos que el duelo por la muerte de un hijo nunca se elabora. Lo mismo sienten las familias de las víctimas de los feminicidios en el norte del país. Duelos que se agregan a otros duelos, pérdidas siempre inelaborables.
Termino estas líneas recordando la Meditación XVII de Devotions Upon Emergent Occasions que en el siglo XVII escribió el poeta metafísico inglés John Donne: La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti
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