n fantasma recorre Estados Unidos: el Tea Party. Desde hace meses, el movimiento reaccionario crece y acapara la atención de los medios de comunicación, inquietando a una clase política que mira con preocupación la nueva ola ultraconservadora que se arma en los márgenes del sistema de partidos.
Pese a que gran parte de la izquierda estadunidense no ve en el Tea Party más que un espectro que sólo arrastra pasado y supersticiones, el movimiento se conecta plenamente con el presente del país: tiene más de zombi que de fantasma. Es un muerto resucitado.
Cuando todos anunciaban el sepelio del ala dura del conservadurismo estadunidense, con un Partido Republicano pagando los platos rotos por Bush y la credibilidad neocon hecha añicos por la crisis económica en curso, el cadáver parece salir del hoyo con bríos renovados. Orgulloso de ser de extrema derecha
, reza el eslogan que muchos miembros del Tea Party lucen en sus camisetas. Como diría Stubbs el zombi, protagonista del exitoso y homónimo videojuego, la rebelión de los rebeldes sin pulso ya ha comenzado
.
Las películas de terror resultan un buen analizador del presente político en Estados Unidos. El doctor Repronto señala en el capítulo 23 de sus sugerentes reflexiones online que el género ha experimentado una transición desde el dominio de los vampiros a la hegemonía de los zombis (http://minchinela.com/repronto/).
La política estadunidense parece haber seguido la misma tendencia en el último año. El foco de la atención periodística ha cambiado de muerto viviente: Obama se ha visto desplazado por el Tea Party como objeto mediático con categoría de evento. El actual presidente, que vampirizó los imaginarios, los lenguajes y las formas de organización de los movimientos sociales para llegar hasta la Casa Blanca, ha cedido el protagonismo a un nuevo monstruo. Sin embargo, Repronto se equivoca al enunciar el fin de la hegemonía vampira.
El éxito mundial de la saga Twilight o la popularidad de productos televisivos como True Blood demuestran que los vampiros gozan de buena salud en las actuales industrias culturales. En la política estadunidense también: la nueva derecha sigue la estela vampira de Obama. Los zombis son además vampiros.
No hay un líder, tenemos miles de líderes.
La voz de Keli Carender suena segura y se viste con una sonrisa. Como gran parte de los integrantes del Tea Party, es la primera vez en su vida que se mancha los pies en la arena política. Keli forma parte de una revuelta amorfa, con una estructura descentralizada y una legión de ciudadanos anónimos que en un elevado porcentaje rechazan la idea de un líder para su movimiento. ¿Sarah Palin? Tendrá que hacer campaña con las ideas del Tea Party si quiere nuestro apoyo. Si fuera elegida tendría que gobernar con nuestros principios o la pondríamos de patitas en la calle
, apunta Keli.
El pilar sobre el que descansa la nueva derecha estadunidense es un movimiento de base compuesto por cientos de colectivos que operan en red con elevado nivel de autonomía. Su organización se ha propagado de boca en boca, por conducto de las redes sociales en Internet, la blogosfera y pequeñas emisoras locales de radio. Su repertorio de acción colectiva se mueve entre asambleas, foros, mítines o manifestaciones. ¿El bloqueo de Seattle en 99? ¿Las protestas contra la guerra en 2004? ¿El movimiento de migrantes en 2006? No. La extrema derecha de 2010.
Míster Mack, un sherif jubilado de Arizona, miembro del Tea Party, lo tiene claro: “Esto ya no va de marginales, sino de gente normal como amas de casa, profesores, banqueros…” Un correligionario, perfectamente caracterizado como el difunto George Washington, le responde: “Oh, sí, señor, he regresado para la segunda Revolución Americana”. Definitivamente, muertos vivientes.