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La Waina
Febronio Zatarain
Sabes qué es lo que más me gusta de Chicago? Los trenes. Conozco todas las líneas, me las he recorrido de punta a punta cien, doscientas, mil veces. Me sé de memoria todas sus rectas y todas sus curvas así como los recodos y los recovecos que se forman. Soy una mujer del aire. En mi otra vida de seguro fui pájaro, no un pájaro bonito, era un pinzón cualquiera, y ahí me la pasaba volando bajo, entre guamúchiles, tabachines y guásimas. No me imagino como tuza porque no me gusta la oscuridad de afuera. A la de adentro me he ido acostumbrando poco a poco. Por eso me llenó de gusto cuando inventaron la Línea Rosa. Antes, si me quería ir de parranda con los wainos de Pilsen, me tenía que aventar mis minutos recorriendo el túnel del Loop, o de plano tomar el ruta 60. Lo que sea de cada quien, los gringos son muy chingones, en un dos por tres inventan lo que una necesita. En la Línea Azul, en la Rosa, en la Café o en la Morada me meto en cualquier vagón, pues el tren se ondula como serpiente y da lo mismo estar en cualquier ventana de su cuerpo. En cambio en la Línea Verde, en la Roja y en la Naranja me tengo que ir en el primer vagón y en el asiento que está a un lado del maquinista. Cuando viajas hacia el sur y el Loop se va quedando atrás, pareciera que el tren no se desliza sobre rieles sino sobre el tiempo, y empiezas a ver muelles abandonados, puentes partidos y fábricas en desuso que por momentos parecen cascarones inmensos de animales de otras eras... Hay trozos en la Línea Roja, pero más en la Verde, donde uno siente que el mundo corre hacia una a cobijarla. Una ve cómo los rieles a lo lejos se juntan, y una quiere acercarse a ese punto, pero siempre se aleja; siempre está a la misma distancia. Como si ese punto fuera la dicha. Sí, porque a la dicha siempre la divisamos a lo lejos...

El Loop en Wabash Avenue y Lake Street, Chicago, Illinois
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