Cultura
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El concierto en Las Islas marcó el final de la gira de la filarmónica

La OFUNAM colmó de sonoridad y convivencia el campus universitario

Entusiasmo y camaradería enmarcaron el encuentro entre los atrilistas y jóvenes estudiantes

El momento cumbre llegó con el Huapango, de Moncayo

Tumultuoso coro tarareó Bésame mucho

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Aspectos del concierto de la Orquesta Filarmónica de la UNAM, ayer, en Las Islas, emblemático espacio del campus universitario que fue colmado por la comunidad estudiantilFoto Carlos Cisneros
 
Periódico La Jornada
Sábado 27 de marzo de 2010, p. 3

Una fiesta multitudinaria entre cuates el último día de clases. Eso fue el concierto que la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México (OFUNAM) ofreció por primera vez en Las Islas de Ciudad Universitaria.

La presentación que cerró la gira Mírate en la OFUNAM tuvo entusiasmo, camaradería, romance, cadencia, mucho calor, pero sobre todo la comunión entre la orquesta y su público de casa: la joven comunidad estudiantil.

El momento cumbre llegó con el Huapango de Juan Pablo Moncayo, el segundo himno mexicano, dijo Rodrigo Macías, director asistente de la orquesta universitaria. Justo al mediodía con el sol en el cenit, los sonidos de la orquesta colmaban la explanada principal de Ciudad Universitaria, la misma que fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad en 2007.

Y el Huapango sonó dos veces, ante cientos de asistentes que exigían más y más, después de terminado el programa que incluyó las Danzas cubanas, de Mario Ruiz Armengol. También al final, personas rompían en llanto, algunas sin pertenecer a la comunidad, pero que se desbordaban ante el orgullo universitario y la capacidad para enlazarse.

Es nuestra voluntad que estemos en sus patios, sus auditorios, sus jardines. Ustedes son el público más importante, porque esta orquesta nació para ustedes, son nuestro bien más preciado. Los mejores músicos, aquí, estamos orgullosos de poder servirles en su formación integral, exclamó Macías y enseguida fue interrumpido por una sonora Goya espontánea, en unas islas llenas de un público emocionado por la música y el encuentro con su orquesta.

Lecciones de técnica musical

Los que llegaron temprano estaban sentados en la primera fila, sobre el pasto. Otros se agrupaban en los palcos de los montículos arbolados. Y la muchedumbre se extendía hacia la Rectoría, que al fondo miraba solemne hacia el escenario que daba la espalda a la Torre de Humanidades.

El concierto se inició con una breve interpretación de La entrada de la reina de Saba, de Salomón, de Georg Friedrich Händel, algunos minutos pasadas las 11 horas. Enseguida, la Obertura de El barbero de Sevilla. Y fue entonces cuando comenzaron los cabeceos rítmicos y los siseos en susurros ante la reconocida melodía.

Muchos, tal vez, por las caricaturas de Bugs Bunny, como dijo Alejandro Guzmán Rojas, director ejecutivo de la OFUNAM, quien entre obra y obra impartió breves lecciones de técnica musical: en qué tono afina el primer violín, la composición de la orquesta, que si éstos son los violas, éstos los trombones y ésos los timbales.

Las cuerdas interpretan Bésame mucho, de Consuelo Velázquez, y un coro tumultuoso tararea. Éstos son los chelos –presenta el director Rodrigo Macías–, los más cachondos e intensos de la orquesta.

El cartel de la orquesta, el programa de mano, una revista o un periódico se convirtieron en improvisadas sombrillas para guarecerse del candente sol que dejaba de ser matinal. Lo mismo lo hacía el joven vestido con traje de la carrera de derecho, que el barbón de filosofía, el futuro médico en bata blanca, el profesor con portafolios en mano, la joven con sus hijos, que parejas de adultos mayores.

“Con este calor de primavera y poca ropa que invita a tener menos, vamos a tocar el Intermezzo de la ópera Atzimba, de Ricardo Castro, que es la historia de una princesa purépecha enamorada de un capitán español. Una pieza para dejarse llevar”, explicó el joven Macías antes de comenzar a mover la batuta y que la dulzura del amor se haga música y llegue hasta ahí, donde infinidad de romances estudiantiles han nacido.

Bien puestas, las camisetas

Justo entre las piezas mexicanas, las Danzas cubanas, de Mario Ruiz Armengol, y el Danzón No. 2, de Arturo Márquez, Rodrigo Macías preguntó: ¿Qué tal toca la orquesta? ¿De pelos?. Un sí rotundo fue la respuesta.

Esta es su orquesta y tenemos las camisetas bien puestas, les réplica. Es cuando los atrilistas y el director se despojan el solemne saco negro y se colocan unas camisetas blancas con la leyenda de la OFUNAM, ante los silbidos y aplausos de los estudiantes, sobre todo de ellas, quienes hacen sonrojar a Macías.

Y las mismas camisetas salieron volando donadas por los músicos. Fueron deseadas y peleadas por el público que se arremolinaba frente al escenario al final del concierto que la OFUNAM ofreció para su principal audiencia en Las Islas, su espacio público más representativo.

El ambiente era más de un concierto de la banda más famosa de rock, que de una orquesta filarmónica. Los músicos eran abordados por jóvenes que preguntaban cuándo volverían y dónde podían aprender más música. El propio Macías, cual rock star, fue secuestrado por una multitud de seguidoras anhelantes de un autógrafo. Era la juventud, tal vez que era el último día de clases, o simplemente la felicidad del encuentro entre los integrantes de una sola familia.