nte la página en blanco, antes de decidirme a empezar estas líneas, mi mente divaga de un pensamiento a otro. Trato de sacudirme los nubarrones mentales con los que el discurrir de la semana me ha dejado cargado el espíritu.
Mi primera sensación ante el balance de lo leído y lo experimentado en estos días me conduce a pensar que la razón está fuera de sus goznes, que es lo mismo que decir que la irracionalidad anda suelta y campea a sus anchas. La cordura y los valores andan a la baja y los pobres humanos andamos sin brújula en una espiral de sinsentido que más que vida parece un carnaval de las peores miserias humanas.
El nuevo milenio se nos aparece, en su primer decenio, como un patético muestrario de todas las atrocidades de las que es capaz la especie humana. Como preconizó Debray en su libro El arcaismo posmoderno, mientras más se globalicen los objetos más se tribalizarán los sujetos. Y en eso estamos.
Mientras la red en la aldea global crece y triunfan (?) las redes sociales, la verdad es que la humanidad se encuentra cada vez más sola y más atrapada en la telaraña cibernética. Sin muros ni fronteras estamos más alienados que nunca. Los muros separan, pero también contienen. Solíamos decir que vivíamos en la era del narcisismo y el consumismo. Aún queda algo de ello; sin embargo, debido a la catástrofe económica emanada de la voracidad y la insania del deseo de poder de algunos, los esquemas económicos han cambiado, los ricos y poderosos son ahora mucho más ricos, han sabido sacar provecho del zafarrancho económico producido por ellos mismos y mientras estos individuos se han rescatado y resarcido de las pérdidas con vergonzosas sumas multimillonarias, los pobres se han sumido en la más negra miseria, y las clases medias, las que trabajan, estudian, piensan y pagan impuestos se ven asfixiadas por créditos impagables. Pareciera que, al no ser posible tapar con el consumismo y las marcas
los huecos existenciales, ahora nos encontramos con las carencias económicas y afectivas a flor de piel y entramos vertiginosamente y sin freno alguno a la era del vacío y de la pérdida del sentido.
Los jóvenes, nuestro mejor termómetro social, nos muestran sin ambages un triste collage del desamparo que todos experimentamos. Los vacíos intentan llenarse con tatuajes, cirugías estéticas, atuendos estridentes, modas donde las modelos parecen muestras en vida, exhibiendo en su cuerpo talla cero
, maquillajes espectrales y fenotipos clonados por los estereotipos que dicta el último grito de la moda de las clínicas de la imagen corporal
.
Es frecuente ver que las adolescentes soliciten de regalo de cumpleaños unas buenas prótesis mamarias
o bien silicones para los glúteos. Algunos incluso empiezan a solicitar cirugía para cambio de sexo.
Algo grave, muy grave, está sucediendo en la estructura social que repercute seriamente en la estructura síquica. Estas nuevas generaciones, que han nacido en la era cibernética y rodeados de tecnología de punta, han crecido viendo como algo cotidiano en su entorno las guerras de Afganistán, Irak, Medio Oriente y otras.
También el terrorismo más descarnado, la violencia extrema, la corrupción llevada al extremo, la pederastia, la incertidumbre constante provocada por la inseguridad.
Resulta explicable entonces que busquen escapes (alcohol, drogas, sexo) para anestesiar el miedo y la desesperanza. Bombardeados por los medios y erotizados de manera excesiva y absurda no pueden acceder a vínculos amorosos estables debido a que su desarrollo emocional ha sido violentado.
Han sido convertidos en víctimas y victimarios potenciales. Agreden y se autoagreden. La vida se les hace cuesta arriba y se sienten solos, muy solos, y en medio de “la peda del fin de semana”, donde ingieren verdaderos venenos químicos vendidos a precio de oro en muchos de los antros
de nuestra inhóspita ciudad, a los que ingresan después de padecer largas filas y de dar una propina
al guarura de la entrada, horas después, embrutecidos por el chupe y el ruido estruendoso, un joven le dice a otro, tras un largo intercambio de netas: “oye güey, en esta pinche vida, no hay ni pa’ donde hacerse”.