La gente coreó un cálido Goya cuando Mejía le brindó un toro a Juan Ramón de la Fuente
Se convirtió en la primera mujer que toma la alternativa en la Plaza México y salió a hombros
Lunes 1º de marzo de 2010, p. a42
A los 23 años de edad, cosida a cornadas, con un título universitario de licenciada en derecho, con un corazón invencible, forjado en años de guerra, y más guapa que nunca, Hilda Eliana Tenorio Patiño, entró ayer por la puerta grande a la historia de la tauromaquia universal, al convertirse en la primera mujer que recibe el doctorado de matadora en la Monumental Plaza México, teniendo como director de tesis a Manolo Mejía, que estuvo enorme ante el cuarto de la tarde, y como sinodal de lujo al ex rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, quien fue sonoramente vitoreado por el público.
Vestida como princesa, con un sencillo terno color perla bordado en oro, con faja y corbatín verdes y un moño de listones blancos, recibida con entrañables palmas por los 10 mil aficionados que acudieron al embudo de Insurgentes a presenciar su graduación, la doctorante sufrió una vez más el apoyo
de Rafael Herrerías, quien no tuvo la grandeza de alfombrar el ruedo de flores para celebrar el magno acontecimiento, y la puso a prueba ante un encierro de desecho, del hierro jaliscience de Autrique.
Después de tres lustros de servirles becerros bobos a los gigantes de la baraja europea, que en España están habituados a matar búfalos, Herrerías escogió para Hilda un sexteto de boyancones viejos y descastados, con impresionantes cornamentas y llenos de resabios, a los cuales la michoacana les dio el trato que se merecían, desarrollando una estrategia tan inteligente como exitosa, que la hizo salir a hombros, entre gritos de júbilo popular.
A Victorioso, manso perdido de 430, cárdeno claro y mucho más alto que ella, Hilda se lo zumbó en tres chicuelinas y una media, y luego intentó correrle la mano por derecha e izquierda, sin lograr nada porque el bicho era un asco. Así que lo mató de un sartenazo, tal como la mala bestia lo merecía: de cualquier manera, así como fue criado y traído al pozo de Mixcoac.
A Juanito, sexto y último de la tarde, hermoso cárdeno nevado que en realidad era medio toro porque sólo embestía por el pitón derecho, la nueva doctora le mostró respeto y ni siquiera intentó proponerle su deslumbrante quite por zapopinas. Llegado el momento de la verdad, le dibujó cuatro doblones de oro y un espléndido pase de pecho. Luego, cerebral y cautelosa, pero sin echar la pata atrás en momento alguno, le estructuró una faena de tandas cortas, de tres y cuatro pases, por la diestra, sin decidirse a romper para que el bicho a su vez rompiera.
Tras comprobar que por la zurda era basura, volvió a ligarlo por derechazos y se perfiló para matarlo, pinchando al primer viaje y, en medio de un silencio sobrecogedor, que se prolongó siglos, volvió a tirarse sobre el morrillo, dejando esta vez un estoconazo en todo lo alto y en la mera yema, que fulminó al medio toro y le valió el corte de una muy merecida oreja.
Con el cuarto de la tarde, el único potable del encierro, Mejía construyó una faena muy templada, sobre todo por la zurda, que culminó también de gran estocada, para cortar dos orejas. Pero lo más notable de su actuación fue el brindis que le hizo a De la Fuente, provocando que el público, al verlo, improvisara un multitudinario Goooya, cachún, cachún ra rá
, cargado de significados políticos. La presencia de ex titular de la máxima casa de estudios fue interpretada como un espaldarazo de la intelectualidad a una tradición cultural que los animalistas pretenden abolir porque no la entienden. A lo largo de la emotiva función taurina, la irreparable desaparición de Carlos Montemayor punzó como un dolor permanente.