asta finales de abril se exhibe –en un contexto perfectamente idóneo– una muestra de este pintor, ilustrador, diseñador teatral, traductor del francés y del italiano y comentarista de arte nacido en esta ciudad en 1898, en la que falleció en 1971, después de un periodo en el que por unos 20 años casi se retiró de toda actividad, como si la muerte de su alter ego y amigo Xavier Villaurrutia hubiera cercenado sus venas creativas.
Llama la atención el retrato que hizo de éste: una magnífica pintura que curiosamente guarda poco parecido con el modelo, a juzgar por las fotografías, dibujos y pinturas (incluida una de Juan Soriano) que de él se hicieron.
La mancuerna y el entendimiento anímico y poético entre ellos fue mucho más allá de su eventual vinculación amorosa, tanto que, así como Lazo se inmiscuyó, y muy en serio, en el teatro, Villaurrutia lo hizo en el dibujo a línea, de manera competente. Tal vez hubiera resultado bien incluir dibujos suyos y quizás esa posibilidad fue considerada por James Oles, curador de la muestra y autor del texto que ofrece el catálogo: una verdadera monografía que ojalá sirva de punta de lanza para estudio posterior, todavía de mayor envergadura.
En el retrato de referencia Villaurrutia aparece rotundamente amestizado. Era hombre de apariencia frágil, facciones aguzadas, tez pálida de apariencia mate (dato que tomo de Octavio Paz, quien cuando joven le fue muy cercano) y cejas ligeras, como las muestra el dibujo a línea, caricaturizado, también de Lazo, que publicó la Editorial Cultura en 1928 y que está en exhibición.
Pero basta con cotejar el elenco de fotografías que Lola Álvarez Bravo le tomó para percatarse de que su fisonomía, un tanto delicada, con todo y las orejas despegadas, difiere de la caracterología con la que su amigo lo plasmó aproximadamente en 1940, abultándole considerablemente la boca y tesitura de actor del cine nacional.
Ese mismo año Lazo pintó otro retrato texturado (el modelo no está identificado), que se conoce simplemente como Cabeza, perteneciente al acervo patrimonial de la Secretaría de Hacienda. Otra Cabeza más, espléndida, efectuada en pinceladas cortas, no yuxtapuestas sino empalmadas en diagonal, de la colección Miguel Escobedo, permite calibrar la índole de los tres retratos, pues las cabezas a las que aludo también corresponden a este género.
El rostro del retrato de Villaurrutia presenta una superficie tersa, alisada, cobriza, destacándose contra un fondo vegetal, no al estilo Frida Kahlo, sino más bien deudor de motivos con cierto toque deco que Diego Rivera propició en varias composiciones.
El contraste está en que el hombre pintado con fondo tropical viste abrigadísima ropa de invierno. En el dibujo de 1926, Lazo, como lo hizo Lola Álvarez Bravo en sus fotografías, pone énfasis en la mano visible de su modelo, pues las manos del autor de Nostalgia de la muerte por sí solas se convirtieron en motivos de representación.
El personaje de la Cabeza en la colección Escobedo es el mismo que aparece sentado en El joven de las manos grandes, ca. 1937, colección Banco Nacional de México; su faz se parece al rostro de La mexicana (retrato de una mujer joven 1935) de la colección Pérez Simón, tanto que podría decirse que los retratados eran hermanos e igual están emparentados en cuanto a técnica.
En esta modalidad, que quizá deriva del amplio conocimiento que Lazo obtuvo del posimpresionismo durante su segunda estancia de tres años en París, probablemente las más logradas de sus pinturas son Mujer cosiendo en un valle (1935), de la colección René y Marta Solís; Vista de la ciudad de Morelia, que no es realmente tal, sino la versión fantasiosa de un acueducto que se fuga en perspectiva acelerada con dos esculturas al costado, un bronce ecuestre y la mujer que pareciera de escayola, coronada como si fuera novia empuñando una saeta.
Ésta fue propiedad de Mac Kinley Helm, el autor de Modern Mexican Painters, quien después la donó, con otras piezas de su colección, al Museo de Filadelfia. La tercera pintura notable en esta técnica es Pietá (1937), el cuadro del par de potros que presagian la tempestad, perteneciente a colección Blaisten.
Asimismo de este acervo es la versión intimista, es decir, en ámbito cerrado, de Mujer cosiendo en un valle; ambas mujeres cosen en máquinas Singer de pedal; la segunda es de 1942 y no está pintada como si toda la composición vibrara, aunque es rica en valores tonales, igual que el famoso y sensual Carnicerito (1926), visto en escorzo con manos enormes y amenazante cuchillo.