penas es febrero y el hartazgo del bicentenario ya se hace presente. Proyectos desmesurados y mal orientados, presupuestos oscuros y manipulados, jaculatorias desmedidas a los próceres de la patria (de antes y de ahora, claro) y una penosa y cansina exhibición de patrioterismo que no puede tener otra finalidad más que la de acallar las voces de tantos miles de mexicanos, orgullosamente bicentenarios, que se ahogan en aguas negras, y tantos otros miles que se ahogan en sangre.
Cuánta razón tenía Samuel Johnson al afirmar que el patriotismo es el último refugio de los canallas. ¿Habrá vivido en México? Brinquemos de gusto al unísono para recordar que la Independencia es un espejismo, y que la Revolución es una patraña que nunca trajo justicia al pueblo.
Muy emblemático es, en el ámbito particular de la música, el hecho de que la primera campanada celebratoria del bicentenario haya sido la puesta en escena de esa retrógrada ópera que es Tata Vasco, de Miguel Bernal Jiménez, y que entre otras cosas padece de un libreto que es una vergonzosa celebración de la colonización, el sometimiento, el paternalismo y la sumisión del indio bueno que pone la otra mejilla cuando el conquistador lo masacra. Más allá, se avizora el 2010 musical como un año repleto de los caballitos de batalla de siempre, hasta el hartazgo. ¿Y Huízar cuándo? ¿Y Rolón cuándo? ¿Y Pomar cuándo? ¿Y todos los demás que faltan, cuándo?
En medio de este panorama tan mezquino y poco alentador, ha surgido una propuesta musical radiofónica singularmente valiosa: la serie titulada Resplandores, concebida y presentada por Teo Hernández, melómano de amplios y profundos conocimientos que, además, tiene la rara vocación de compartir y comunicar –y lo hace desde la inteligencia y la mesura– cualidades de las que no muchos pueden presumir en nuestro deteriorado cuadrante radiofónico.
Para más señas, Resplandores se transmite (los martes a las 18 horas) en Opus 94, estación del Instituto Mexicano de la Radio (Imer), frecuencia en la que cotidianamente se cometen numerosos y aterradores atentados contra la música y contra la lengua castellana, y donde el conocimiento musical ha sido más bien escaso, con honrosas y puntuales excepciones como Lucas Hernández y Javier Platas.
Resplandores es una serie con una propuesta muy sencilla, pero muy bien realizada: explorar y difundir de manera sistemática y organizada la música mexicana de concierto. Para lograr este objetivo, Teo Hernández trabaja con las dos mejores herramientas que hay en la labor radiofónica: la claridad y la sencillez.
Si en tantos otros espacios de la radio se asume al público como un colectivo de tontos potenciales, incapaces de apreciar nada que no traiga eco, reverberación, ruiditos y la repetición ad nauseam de una u otra desgastada formulita, en Resplandores no hay más que el pan y mantequilla básicos del medio: una conducción bien preparada y enunciada, y una buena selección musical. ¿Para qué buscarle más? ¿Para qué tratar de inventar el hilo negro posmoderno con la peregrina excusa de que es forzoso atraer a las multitudes juveniles a la radio cultural?
Resplandores es una coproducción del Imer y el Conservatorio Nacional de Música, y ese sustento institucional le da a la serie una solidez y credibilidad importantes, gracias en buena medida al apoyo y participación de Ricardo Miranda, director del Conservatorio, musicólogo de notable carrera e intachables credenciales.
Como muestra de las bondades de Resplandores, me refiero a dos de los programas de la serie que he escuchado. Uno, la sabrosa exploración de las danzas mexicanas de salón de finales del siglo XIX e inicios del XX, acompañada por los comentarios puntuales y sobrios (pero no exentos de calidez) de la musicóloga Yael Bitrán.
Otro, un muestrario de la injustamente olvidada música de Julián Carrillo, acentuada venturosamente con la puesta en relieve de la importancia del músico potosino como compositor romántico, y abordando también sus obras microtonales. Virtud fundamental de la serie Resplandores: en ella no se ensalza ni se elogia a nadie, no se festina ni el lugar común ni la chabacanería. Sencillamente, se celebra y difunde la buena música mexicana. Hay que escucharla.