Chatarra en la escuela ¿qué hacer? Recientemente organizaciones defensoras del consumidor lanzaron una campaña para demandar a la Secretaría de Educación que cumpla con su obligación de brindar un ambiente sano a los niños y niñas en los planteles escolares; en la carta que al respecto entregaron, le exigen prohibir la venta de comida chatarra dentro de las escuelas públicas y privadas, y la juzgan corresponsable de la epidemia de sobrepeso y obesidad entre nuestra población infantil, que en ese aspecto ya ocupa el primer lugar a escala internacional. No obstante, el martes 12 de enero se anunció que la SEP no prohibirá la venta de refrescos, papitas y cacahuates, y que sólo hará recomendaciones para que los alumnos se alimenten mejor. No es aventurado inferir que a la Secretaría no le preocupa que en las escuelas se aliente el consumo nocivo ni su responsabilidad de crear condiciones sanas, que no considera al contexto ambiental como factor educativo y, seguramente, que su prioridad son los intereses mercantiles. Sin embargo, ¿es necesario concluir que nada podemos hacer? Sería muy grave. Demasiado tiempo y en demasiados circunstancias los mexicanos esperamos pasivamente que otros resuelvan los problemas. Cuando se trata de cuestiones educativas, olvidamos cuánto podemos hacer, no damos peso a las actitudes, valores y también conocimientos que propiciamos tan sólo con el ejemplo, conversando de los temas que nos preocupan, sin importar si se incluyen o no en los programas escolares. En este caso, por ejemplo, podemos apropiarnos de los argumentos que la Secretaría de Salud y muchas otras instancias presentan acerca de los alimentos nocivos; podemos informarnos por nuestra cuenta en compañía de los niños y hablarlo mucho, usar videos, ilustraciones, experimentos sencillos, historias de casos y juegos. Imaginen a los niños jugando a empaquetar y sellar comidas chatarra con premios para el que lo haga de manera más concienzuda o en menos tiempo. O un juego como serpientes y escaleras donde caer en una casilla chatarra lleva indefectiblemente a otra de enfermedad, aislamiento, fatiga, insomnio. Debates donde los mejores resultados los obtenga quien con más claridad describa o con mejores razones argumente lo que en cuerpo y mente genera una u otra bebida o golosina de ese tipo o, al revés, el bienestar físico y emocional que producen los alimentos saludables. Seguramente, una vez desatada la iniciativa, mil otras posibilidades surgirán de actividades lúdicas que ayuden a la causa. No se trata de librar a la sep de su responsabilidad, pero sí de no ceder la nuestra. También, de entender que si la mera presencia de chatarra en la escuela es una tentación indebida, no es en sí misma causa de obesidad; lo que la causa es la relación que los niños establecen con esos objetos de consumo que les hacen daño, y es en este dominio donde sólo los padres y los maestros pueden y deben incidir.
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