Sábado 20 de febrero de 2010, p. a16
He aquí uno de los álbumes más importantes de muchos años: Testament, disco triple del maestro Keith Jarrett, flamante grabación que condensa lo mejor, lo más intenso de su experiencia vital, toda una vida de conciertos.
Su valor es inconmensurable. Una manera para describirlo: es la típica obra de madurez de un gran maestro. La plenitud.
Reúne por igual la intensa carga anímica que caracteriza la música de este pianista que prácticamente inventó el formato de concierto sin partitura, sin plan previo, un dechado de maestría que lleva a su máxima expresión el insondable universo del concepto improvisación
.
Energía infinita, todo el vigor físico que implica componer en el instante obras de larga duración, en este caso una de 70 minutos y la otra de 93, y también toda la sabiduría de décadas dedicadas a crear en el instante.
El arte de Keith Jarrett, decantado en este álbum, responde a la impronta dictada por Jeanne Moreau: siento debilidad por los hombres devorados por la pasión
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El poeta Keith Jarrett, porque su música constituye en sí misma una poética, es un creador consumido en la hoguera de la pasión. Este su nuevo disco pone en carne y sangre, como en sus discos anteriores, la metáfora vital del viaje interior, el eterno retorno a uno mismo.
Es un álbum que celebra la vida y sus misterios y contiene claves múltiples: este año se cumplen 40 de cuando inventó las largas sesiones que consisten en poner dentro de la misma flama un piano, un pianista y una sala llena de escuchas consumidos todos por la llama eterna de la pasión.
También en este 2010 se cumplen 35 años de la grabación de su disco emblema: The Koln Concert, uno de los más vendidos y amados en la historia.
Fue en un ámbito universitario, en 1970, cuando decidió cambiar por completo la estructura de los conciertos: se sentó al piano a improvisar largamente sin parar, hasta completar obras que resultan ser auténticos tratados de filosofía existencialista, obras maestras de pintura abstracta, miriadas de paisajes interiores preñados de melodías tratadas con delicadeza zen.
Desde aquella serie de conciertos universitarios en Heidelberg, Alemania, se sentó así al piano en distintas salas de conciertos (en la Sala Nezahualcóyotl hizo lo propio el domingo 29 de noviembre de 1992), todos los grabó, dejó decantar en el tiempo y luego de una revisión en la memoria y en la cinta magnetofónica, decide cuáles de esos conciertos se convierten en discos, con el título de la ciudad o del recinto donde ocurrieron. Así se sucedieron el Concierto en Milán, Viena, Carnegie Hall, o bien la serie referencial por antonomasia: The Sun Bear Concerts, en seis discos compactos reditados del original, en 10 elepés, en 1978, tres años después de la piedra de toque, The Koln Concert.
De esas grabaciones ha dado cuenta el Disquero. Y ahora el nuevo de la serie recupera el aliento monumental: tres discos en una sola emisión, como una secuencia histórica y de honda significación emocional, en este caso el largo duelo que vive Jarrett, porque su esposa lo dejó, según narra en el extenso texto incluido en el cuadernillo de este disco: época navideña en Londres, tráfago de encanto por las calles de París: el traslado del aeropuerto al hotel a la sala de concierto: voltea hacia el exterior del auto: la felicidad de la gente, las parejas que se juntan más; voltea hacia el interior de la nave: el asiento de su esposa está vacío.
Y lleno su rostro de lágrimas en la Salle Pleyel de París, y también en la Royal Festival Hall de Londres, mientras hace música frente a un público que ignora el dolor interior, la frágil estructura de su alma, su vulnerable persona que se entrega, resiste, lucha por sobrevivir, como él mismo lo cuenta, sobrevivo porque el centro de mi vida es la música
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Una historia digna de Julio Cortázar, que hizo por cierto de la Salle Pleyel el epicentro de sus mejores crónicas de música, de músicos, y melómanos, todos enormísimos cronopios.
Esos detalles anecdóticos otorgan mayor intensidad a esta música que por sí sola constituye uno de los capítulos mayores de toda una vida de conciertos, la pasión según Keith Jarrett.
He aquí, en estos tres discos, el estilo y la idea, la culminación de esos serios ejercicios de estilo con Jack DeJonette y Gary Peacock, pero ahora volcados en puro piano solo, solito y su alma. He aquí el blues, el bop, las invenciones más abstractas y el lirismo más desatado y al mismo tiempo contenido, la gran exaltación romántica de Chopin pero dulcemente atada con los diamantes pulidos de Anton Webern.
Hay momentos sencillamente sublimes, como el track tres del disco Paris, o el track 4 del disco London, porque dos son los conciertos que pueblan este álbum triple, titulado Testament: el que realizó en París el 26 de noviembre de 2008 y el que hizo en Londres cinco días después y que ahora, luego de su habitual revisión rigurosa, realizada por el propio autor, tenemos en nuestras manos, mentes, corazones, como una joya muy preciada.
Hay algo que llama la atención e inclusive asusta: Jarrett narra a detalle la naturaleza de este disco, pero jamás explica el sentido oneroso, tanático, que implica un título tan fuerte como Testamento.
He aquí, mientras tanto, una obra maestra. Ya desde ahora es evidente que pasará a la historia.