Opinión
Ver día anteriorLunes 15 de febrero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Toros
¿La Fiesta en Paz?

Morirse de emoción

A

l ruedo hay que salir a morirse, repiten los taurinos engolando la voz, pero como ocurre con las frases hechas ésta también se interpreta erróneamente, tanto por los que la dicen como por los que pretenden llevarla a cabo.

Morirse no trae chiste, porque ningún ser que se haya atrevido a nacer sale vivo de este mundo, trátese de cultos o ignorantes, exitosos o fracasados, beatos o depravados, pontífices o campesinos, presidentes o... toreros. A fin de cuentas a todos nos llega, de una u otra manera, el momento de ser cafeteados, de palmar, de que nos lloren cuatro o cinco y nos recuerden dos o tres si bien nos va.

Ante tan molesta realidad, no por ineludible menos soslayada, quizá el chiste resida en saber morirse a diario, pero antes que de muerte de vida y de plenitud, en el cogollo, en lo más refinado o esencial de cada minuto, como dijera López Velarde.

Haz lo que quieras que morirás donde debas, debe recordar todo aquel que se viste de torero o, mejor dicho, todo aquel comprometido hasta la médula con... su vida. Delante del toro haz lo que sientas desde lo más profundo de tu corazón, porque la muerte a todos espera.

Entonces, morirse de emoción en el ruedo significa todo lo contrario a convertirse en cadáver de la temeridad y es lo más opuesto a inmolarse como mártir del narcisismo. Equivale a salir a entregarse como enamorado al misterioso compromiso torero consigo mismo, sin preocuparse por el sentido práctico de la vida, la próxima corrida o las opiniones de la crítica. Es salir a vivirse, delante de un toro no su aproximación, como individuo privilegiado en un planeta de borregos y de esclavitud generalizada. Es obsesionarse por estrujar el corazón de la multitud, no por provocar oles automáticos con faenas bonitas.

Claro que para pretender estrujar como torero corazones ajenos hay que tener un corazón que no quepa en el pecho, amigo del misterio y capaz de reflejarlo en cada tercio. No otra cosa es un artista de los ruedos –otra frase hecha– sino el que logra emocionar con su sentimiento antes que por sus procedimientos, atento sólo al dictado de sus voces interiores, no a lo que mandan los cánones –enésimo lugar común en tauromaquia.

Así, la próxima vez que escuche a alguno pontificar que al ruedo hay que salir a morirse, primero pregunte si en el cartel ofrecido hay un alternante de corazón grande. Si no es así, los diestros saldrán a morirse pero de impotencia y el público de aburrimiento.