a ciudad de México amenaza convertirse poco a poco en una zona de desastres: primero, la influenza el año pasado, luego la escasez de agua y ahora recientemente las tormentas que anegaron y dejaron sin luz y servicios por más de 24 horas a buena parte de los habitantes de la capital, ante una autoridad rebasada por los acontecimientos y en espera de que no se politice
la falta de previsión. Sin embargo, para la otra parte de los capitalinos, la mayor preocupación fue en este inicio de 2010 el ataque en un supuesto prestigiado bar a un futbolista en altas horas de la madrugada, lo que propició una serie de ataques contra las autoridades de la delegación Álvaro Obregón y del Gobierno del Distrito Federal al no poder tomar control de los hechos y apegarse a la versión de calumnia y rumor que se desató en la televisión y la radio. Pese a que en los años recientes la sociedad se ha transformado, participando cada vez más en la difusión de ideas y haciendo más amplios los espacios de libre expresión, lo que ha significado su evolución política, aun 5.8 por ciento de los mexicanos atienden los rumores y los comentarios como fuente de información veraz, según datos de la UNAM publicados en 1996. Y el Instituto Federal Electoral sostiene que en nuestro país la televisión informa de política a más de 58.6 por ciento la población. Los rumores en el caso de la agresión a Salvador Cabañas ocultan la verdad de los hechos y la autoridad a cargo de la PGJDF no ha podido sin equívocos aclarar las circunstancias en que el futbolista, ahora casi a salvo, pero oportunamente desmemoriado, fue atacado.
Privilegiar el rumor es informarse
con base en datos falsos y la falsedad es el fruto del ocultamiento, de lo oscuro. En lo político, es favorecer el regreso de esquemas autocráticos que creíamos haber superado en ésta, la ciudad más liberal e informada del país. Y es que en los casos que tienen vínculos con violencia, ya sea del fuero común o de la criminalidad organizada, como en la mayoría de los estados de la República, los capitalinos recibimos información mediante los grandes medios de comunicación, y no es exactamente la mejor. Porque lo que se aplica como política comunicacional no es favorable al cambio democrático, ya que el secreto es la norma… no la excepción; lo que confirma que la autoridad toma las decisiones lejos de la mirada de la gente y las mentiras útiles se establecen como razones de Estado: “Estamos ganando la guerra al narco”, no habrá agua en la capital para el mes de marzo
, la más alta precipitación pluvial de la historia
, no más impuestos, pero en el DF sí los aumentamos
, Cabañas recuperó la conciencia, pero no la memoria inmediata de lo que pasó en el baño
, “detuvieron al JJ” o es un asunto de pandillas
al tratar de explicar la masacre de 15 niños y jóvenes en Ciudad Juárez.
A esto habrá que añadir la simulación, manipulación y la persuasión como prácticas mediáticas que favorecen lo que los expertos llaman el antipoder que actúa secretamente también contrario a la transparencia que un régimen debe promover para que mediante cada uno de los actos de la administración pública, el gobernante promueva el desocultamiento de los hechos públicos, porque en las democracias la publicidad de los actos gubernamentales debería ser un remedio para la inmoralidad política, ya que en un estado de derecho la administración pública se somete a un control jurisdiccional, para defender la legalidad, garantizando la observancia; desocultando la información, características que conforman o debieran hacerlo nuestras instituciones de justicia, las que no resisten si es el propio ciudadano y no sólo el gobierno el que favorece cada acto ilegal. Norberto Bobbio dice que donde existe el antipoder lo que se espera es que nada cambie. ¿Es lo que deseamos en realidad la sociedad?