n días pasados Felipe Calderón planteó en un discurso la necesidad de una reconciliación de las diferentes fuerzas políticas, utilizando un lenguaje franco y cordial que no le queda para nada, aunque lo que dijo resultara ser totalmente necesario. Causaba extrañeza verlo pedir cordura, respeto, aceptación de los contrarios, cuando todo lo que ha hecho desde que inició su campaña para la Presidencia y luego como presidente ha sido agredir y denostar a quienes siente sus contrincantes, al igual que a quienes difieren de sus planteamientos e ideas.
Luego de señalar como peligroso para el país a su principal oponente electoral, Calderón y su equipo se han dedicado a descalificar a todo aquel que osa poner en duda sus planes de gobierno, trátese de empresarios, especialistas en economía a escala mundial, dirigentes de otros partidos o incluso personajes del PAN, independientemente de que a la larga ha quedado claro que la razón asistía a quienes manifestaban las posiciones contrarias, como fue el caso del supermillonario Carlos Slim, criticado con dureza por diferir del optimismo presidencial, al plantear la necesidad de tomar medidas diferentes y más enérgicas para enfrentar la crisis económica, que Calderón y sus colaboradores minimizaban, pero que finalmente hemos tenido que soportar, con sus altas dosis de desempleo y de retroceso económico.
¿A qué se debe este cambio de actitud o quizás de estrategia solamente? No me queda duda de que se trata de un reconocimiento tardío del deterioro continuo de su gobierno y del país, de que su incapacidad y la de sus colaboradores lo han llevado a una situación de violencia, de descomposición social e institucional, de imposibilidad real para gobernar, de la cual no tiene idea de cómo salir.
Su falta de visión y de oficio político le impiden percatarse de que nadie hará caso a su llamado; bueno, ni él mismo, según lo demostró uno o dos días después, cuando luego de las inundaciones en la ciudad de México y municipios vecinos no perdió oportunidad para denostar al jefe de Gobierno del DF y al gobernador mexiquense por lo ocurrido, ignorando, eso sí, los recortes presupuestales ordenados en contra de esas entidades. Su capacidad para generar violencia, descontento y enojo no ha conocido límites, la bitácora de la violencia delictiva, 25 ejecutados diarios por el crimen organizado, ante la incapacidad del gobierno para restablecer un ambiente de tranquilidad, es indicador de su fracaso.
Sin duda, el presente gobierno, al igual que el anterior, debieran ser una lección para toda la sociedad mexicana, para impedir el acceso al gobierno a personas y grupos que desde un principio son visiblemente incapaces de gobernar nuestro país, por su falta de preparación y de visión, así como por sus compromisos con intereses ajenos y contrarios al bienestar nacional. Personas cuya única razón para llegar al gobierno es el deseo de poder, de sentirse admirados o de acumular riquezas sin fin, viendo al país como un enorme botín a su disposición, sin un proyecto económico y social para mejorarlo. En particular debiera ser una clara lección para los grupos de industriales, comerciantes y empresarios que han apoyado a estos aventureros en busca del poder, movidos por espejismos de buenos negocios, sólo para encontrarse con la imposibilidad de vender sus productos y servicios en un mercado deprimido y de desconfianza.
Pero también debería constituirse en lección para la sociedad, para la clase media y para la gente sin recursos, de cuidarse de entregar su voto sin reflexionar antes, entendiendo que la democracia es cosa seria, que en su aceptación de tal o cual candidato va empeñado el futuro, el bienestar de ellos y sus familias. Nada podemos esperar de hombres y grupos políticos que quieren convencer con ilusiones y bonitos dichos de campaña, con imágenes de cowboys o con afirmaciones de que ellos son buenos y los demás son malos, sin presentar un proyecto social sólido para sacar al país del estancamiento crónico; un proyecto avalado por historias de éxito, de congruencia y de capacidad para gobernar.
Para los partidos, la lección del pasado reciente debiera llevarles al análisis serio de lo que han hecho mal y muy mal, seleccionando candidatos desprestigiados o con serios problemas personales de descrédito, como fue el caso del PRI en 2006, o personajes sin visión ni capacidad de gobernar, como los aquí señalados, o como el candidato que en esa elección se impuso en el PRD, conocedor de los recovecos del sistema político propicio para las alianzas y las deslealtades, y de las argucias para captar las simpatías populares, pero carente de una visión para gobernar y para evitar confrontaciones estériles.
Hoy, diferentes esfuerzos y estrategias empiezan a delinearse para conformar el escenario político para 2012, luego de saberse que el presente gobierno no representa ya posibilidad alguna de recomposición y que lo único deseable es que la evolución del escenario actual no devenga caos ni tragedia; sin embargo, el panorama político no permite abrigar esperanzas de cambio, y menos de mejora para el futuro:
Por una parte, el PRI, entusiasmado por sus victorias electorales recientes, tanto como por las previsibles para el presente año, pareciera seguir la estrategia diseñada por Salinas, buscando en Roma los avales y las alianzas para sellar el futuro, sin importar las claudicaciones que tal estrategia implica, compitiendo con el Yunque aun en contra de los principios que alguna vez defendió y que en su momento distinguieron a México.
El PAN, sin entender las dimensiones de su debacle y el descrédito al que lo ha llevado el actual gobierno, se hace ilusiones de que su alianza con la derecha recalcitrante, religiosa e hipócrita le permitirá conservar el poder.
El escenario más aberrante radica en los supuestos partidos de izquierda, comenzando por el PRD, desunido y con instrumentos de navegación autodestruidos, buscando quimeras para lograr votos, sin entender que sus esfuerzos, además de incongruentes con su origen y razón de ser, resultan cómicos al buscar aliarse con quien concentra ahora los reclamos y el descontento popular, ignorando lo que debiera ya saber por experiencia: las migajas no llevan a ningún lado.
En este escenario, es la sociedad, son los grupos organizados de trabajadores y de empresarios, de estudiantes y de ciudadanos, quienes pueden lograr un cambio, exigiendo a los partidos cumplir con su razón de ser.