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60 Festival de Berlín La fiesta de un sexagenario
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El realizador alemán Werner Herzog llega a la presentación del jurado de la BerlinaleFoto Reuters
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erlín, 10 de febrero. Ningún otro festival de importancia ha tenido cambios tan dramáticos en su ciudad sede como el de Berlín. Fundado en 1951 por razones más políticas que cinematográficas, el festival empezó en un paisaje aún devastado por una guerra mundial concluida seis años antes. A partir de 1961 fue una ciudad dividida en dos por un muro, que dejó una especie de isla capitalista en un entorno que pertenecía a lo que entonces era la República Democrática de Alemania. Las tensiones entre ambos países eran evidentes y muchas veces se manifestaron en la llamada Berlinale.

Originalmente programado en verano, el festival también experimentó un cambio climático cuando en 1978 se mudó a febrero, un mes mucho más propicio para el éxito taquillero, además de albergar la peregrina idea de que así se le madrugaría al rival de Cannes. Quien esto escribe ha asistido de manera regular a la Berlinale desde 1980 y ha podido atestiguar cómo se ha transformado su organización. Sin duda, lo que nadie preveía era el derrumbe del muro en 1989 y la consecuente reunificación de Alemania. Uno de los atractivos irresistibles de la edición de 1990 fue la posibilidad de brincar de un lado al otro del muro a medio demoler, sin sufrir consecuencias, y además recoger pedazos de ladrillo como souvenir.

Desde entonces, el festival prescindió de su misión de reconciliar el oeste con el este, y se volvió un suceso más convencional aunque, a diferencia de los otros festivales de primera línea como Cannes o Venecia, no se lleva a cabo en un pintoresco pueblo de atractivo turístico, sino en una gran urbe con una historia tan rica como turbulenta.

Potsdamer Platz

El festival cumple a su vez 10 años de realizarse en las instalaciones construidas en Potsdamer Platz (lo que en la posguerra era tierra de nadie), en una lujosa especie de ciudad artificial apoyada por los capitales de Mercedes Benz y Sony. Desde 2001 el director ha sido el productor Dieter Kosslick, quien aún no ha conseguido el nivel de coherencia en su selección como había hecho su antecesor, el controvertido Moritz de Hadeln, quien supo encontrar un equilibrio entre el cine de autor y la presencia hollywoodense para la alfombra roja, además de encontrar lugar para sus excentricidades.

Aunque el festival nunca ha dejado de funcionar como mecanismo de relojería, uno echa de menos los tiempos cuando podía confiar en ciertos aciertos de programación. El Foro Internacional del Cine Joven, por ejemplo, en las capaces manos de Ulrich Gregor y su esposa Erica, era una auténtica apuesta por cineastas que, desde sus primeras obras, marcaron una diferencia. Ahí salieron a la luz nombres como Manoel de Oliveira, Claire Denis, Atom Egoyan, Peter Greenaway, Aki Kaurismäki y Wong Kar-Wai, entre muchos otros. Actualmente a cargo de Christopher Terhechte, el foro no ha sido tan pródigo en hallazgos. Tal vez sea el cine mismo el que no está a la altura. (Por cierto, el matrimonio Gregor será premiado con una Berlinale Camera. Y también habrá un programa retrospectivo del foro, que cumple 40 años).

Con pocas alteraciones, eso sí, la Berlinale ha mantenido sus secciones básicas. La competencia en la que se reúnen los títulos de largo y cortometraje que concursarán por los diversos Osos, incluyendo uno de Oro; Panorama, con su particular enfoque en el documental y el cine gay (es aquí donde se otorga el Teddy, premio no oficial). El ya mencionado foro, las funciones especiales –que incluirán un homenaje al fallecido Eric Rohmer– y las galas, así como las retrospectivas (dedicada a la historia del festival con el título Play It Again), y el panorama del cine alemán reciente. También está la competencia de cine infantil y juvenil, que ahora lleva el nombre de Generation. En esta sección participan Alamar, de Pedro González-Rubio (antes estrenada en Toronto), que inaugura este certamen, y Te extraño, coproducción mexicano-argentina de Fabián Hofman, en el rubro Generation 14plus.

Según se ha publicitado en su momento, la otra película mexicana en el festival es Revolución, compendio de 10 episodios dirigidos por sendos cineastas que han llamado la atención internacional en los años recientes. Todos ellos y el productor Pablo Cruz participarán también en una de las conferencias del Talent Campus, intercambio entre profesionales y estudiantes que aspiran a serlo.

De la sección oficial, los nombres más llamativos son los de Roman Polanski (quien muy probablemente no podrá asistir), Martin Scorsese y Zhang Yimou, con sus respectivas películas The Ghost Writer, Shutter Island (ésta, fuera de competencia) y San qiang pai an jing qi. En algunos círculos también son apreciados el danés Thomas Vinterberg, que presenta Submarino; el noruego Hans Petter Moland con En ganske snill manne, y el británico Michael Winterbottom, quien, al parecer, filma una nueva película cada tres meses; la más reciente es The Killer Inside Me. El único título latinoamericano es Rompecabezas, coproduccción franco-argentina dirigida por la debutante Natalia Smirnoff.

Con un presupuesto reportado de 18 millones de euros, la 60 Berlinale pretende conseguir de nuevo el éxito en algo que ha sido sumamente eficaz desde hace tiempo, el European Film Market, para el cual se han acreditado 6 mil 500 profesionales de la industria, sin registrar una merma a causa de la crisis.

Uno de los actos más atractivos será la proyección de una nueva versión –ahora sí completita, según los expertos– de Metrópolis, la visionaria obra maestra de Fritz Lang, con una duración de 147 minutos, 23 más que su pasada restauración. Lo curioso es que será una proyección pública en la emblemática Puerta de Brandeburgo. A saber si repartirán cobertores para aguantar el frío.