Opinión
Ver día anteriorJueves 11 de febrero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Resonancias
E

s un acierto más de la dirección de teatro de la UNAM destinar, así sea temporalmente, su recinto de Santa Catarina para escenificaciones de egresados del Departamento de Literatura y Teatro de la Facultad de Filosofía y Letras, que en general no tienen escenarios para probarse ante un público no necesariamente universitario. Se empieza con un grupo dirigido por el indiscutible maestro de muchas generaciones, el creador escénico innovador de nuestro teatro, Héctor Mendoza, se continuará con un montaje de Germán Castillo, maestro proveniente de una generación posterior, e ignoro si el proyecto ampare a otros grupos de egresados con sus respectivos directores. Mendoza crea en sus tres aspectos de dramaturgo, director y maestro como en casi todas las ocasiones, aunque en ésta pone mayor acento en la última característica mencionada, aserto al que me referiré más adelante.

Resonancias es una comedia que habla de la amistad y del fracaso de ésta y posiblemente tenga menores complicaciones que otras del autor, a pesar de que se introduce un elemento fantasmal con la aparición de Eleazar, el fallecido miembro de un trío de amigos al que los otros dos han de rendirle cuentas y cuya presencia pone al descubierto los intereses secretos que los tres confundían con una sincera amistad que al cabo del tiempo devino en compromisos muy alejados del afecto, sobre todo cuando se contrasta la riqueza de Liborio con las premuras económicas de Jerónimo y con las mujeres de ellos tampoco libres de rivalidades y falsas muestras de cariño.

No es la primera vez que Héctor Mendoza pone en escena un elemento fantasmal o poco realista dentro de una historia que puede o no serlo: habría que recordar, entre otros, a Jacinta de Juicio suspendido, a los muertos que ignoran serlo de Amacaleone, al ángel de Sursum corda o algunos personajes de De la naturaleza de los espíritus. Esta vez el fantasma es un pobre muchacho inofensivo que sólo busca estar con su amada Edelmira Gábor, sin intentar vengarse de los dos que no impidieron su suicidio, y que acata las indicaciones de que los fantasmas deben ir desnudos aunque luego se vista con harapos recogidos en la calle, lo que presta una graciosa ambigüedad a las apariciones de Eleazar. Como debe de ser dada la maestría del dramaturgo, los caracteres se van develando a través de diálogos y acciones hasta las revelaciones finales que dan otro giro a las relaciones de unos y otros. Algún personaje como Eusebio puede parecer innecesario, pero el final de la agridulce comedia, salpicada de frases ingeniosas, pone a ese elemento en su lugar en el diseño general y en la razón oculta de muchas acciones de Liborio.

El espacio vacío, salvo la excelente iluminación de Gabriel Pascal muy notable en la escena del oscuro, es un reto para los jóvenes actores, pero su director es sobre todo su maestro y por ello los obliga a asumir los riesgos de tal manera que en el futuro puedan enfrentarse a todas las demandas de cualquier director. Cuando no están en la escena que se da en ese momento no desaparecen, sino que ejecutan, cerca de alguna de las paredes, tareas muy contrastantes con el realismo que deben adoptar para encarar a sus personajes e incluso en las escenas realistas deben proyectar al público los ambientes en que se desenvuelven, una calle o la lujosa mansión del matrimonio enriquecido. Todo ello es muy difícil pero salen avante, unos más que otros, aunque no deseo hacer distingos entre muchachos que empiezan y ya el tiempo dirá lo que vaya logrando cada quien, Francisco Buenrostro como Liborio, Pablo Castel como Jerónimo, Paulina Figueroa como Aurora, Antonio Guadalupe como Eleazar, Michelle Rogel como Edelmira y Vicente Segura como Eusebio. Caben destacar las rupturas que marcan las transiciones de tiempos y espacios –que son casi constante en el director y más aquí en donde no existen diferentes escenarios– mediante bailes que se realizan con la música original de Rodrigo Mendoza. La escenificación se complementa con la asistencia de movimiento escénico de Marcela Aguilar y maquillajes y peinados en diseños de Carlos Guizar.