Opinión
Ver día anteriorJueves 11 de febrero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Celebrar la diferencia
L

as palabras son ventanas de la percepción, materia del pensamiento. (Materia viene de mater, madre. Las palabras procrean el pensamiento.) Pensamos con las palabras que usamos. Nuestro vocabulario acota nuestra experiencia del mundo.

Las palabras que han estado usando los obispos en el debate actual sobre las sociedades de convivencia expresan con claridad el estado de sus percepciones, el nivel de su pensamiento. No tienen madre, según el obispo de Cancún. El arzobispo de Morelia sostuvo que los perros no hacen el sexo entre dos del mismo sexo. Esta banalización atroz, sin embargo, que revela un dogmatismo tan arrogante como ignorante, no debe conducir a la banalización del debate mismo, que adquiere otra dimensión cuando la misma pobreza de entendimiento se observa en la Procuraduría General de la República y en Felipe Calderón al presentar una controversia constitucional, la primera, y defenderla el segundo.

Señalar que se está poniendo en entredicho el Estado laico y que la separación de la Iglesia y el Estado es históricamente precondición de las sociedades democráticas es pertinente pero insuficiente. Se trata de algo mucho más grave. Estamos experimentando otra peligrosísima vuelta de tuerca en el estado de excepción no declarado que prevalece ya en el país, la cual se aplica tras una larga serie de atropellos y profundiza aún más el desmantelamiento del estado de derecho.

No se trata solamente, en efecto, de una discriminación inaceptable contra un grupo específico de personas. Lo que se hace es afectar las bases mismas de la convivencia de todas y todos.

El Estado-nación moderno es una estructura cada vez más insoportable: se ha hecho evidente que es una forma de dominación basada en la violencia. El principio que aún lo sostiene, y en su momento representó un avance notable, fue el del respeto a la condición de los individuos que formalmente lo constituyen. Es este principio el que se pone ahora en cuestión.

Hacer que prevalezca el estado de excepción no declarado implica sustituir normas de convivencia formalmente pactadas en la ley por el ejercicio arbitrario del poder coactivo. Se concentra ahora en el control de la población, invirtiendo así el sentido de la ley misma y de la fuerza pública: concebidos e implantados para proteger a la gente, se emplean ahora para proteger de ésta a quienes han usurpado el poder político y policiaco.

Lo que está ocurriendo es un cambio cualitativo en ese ejercicio arbitrario, al ponerlo al servicio de una moralina –una moralidad inoportuna, superficial y falsa– que se eleva a la categoría de principio constitucional.

Al reaccionar con vigor contra esta profundización de la amenaza que se cumple sobre nosotros, necesitamos apreciar debidamente la constelación de fuerzas que enfrentamos. No se reducen a lo que queda del PAN y a otros políticos igualmente confesionales. A veces se disimulan en un lenguaje de apariencia laica que no desciende al nivel del que usan los obispos pero tiene su mismo sello. Conviene recordar que la alianza del PRI con la Iglesia católica empezó con Carlos Salinas y se guió por el mismo pragmatismo sin principios que están ostentando sus actuales dirigentes. Reconozcamos que se trata de un callejón que no tiene más salida que la violencia.

Al mismo tiempo, necesitamos abordar la cuestión con ojos menos empañados. Javier Sicilia abrió una rica veta al recordar que la mayor Ana María señaló con claridad, al defender los derechos indios: Somos iguales porque somos diferentes (Proceso 1734, 24/01/10:46). Refutaba así, brillantemente, la noción de igualdad que la equipara a homogeneidad, a semejanza.

La tolerancia es sin duda preferible a la intolerancia, particularmente cuando ésta empieza a convertirse en comportamiento general, como ocurre ahora. Pero la tolerancia es sólo la forma más civilizada de intolerancia. Tolerar, dice el diccionario, es sufrir con paciencia. Quien tolera alguna condición del otro le está diciendo: No eres como debes ser, pero soy tan generoso que tolero tu existencia. Como decía Goethe, tolerar es insultar: contiene una ofensa inaceptable. Los tolerantes, además, pierden la paciencia a la menor provocación. Se vuelven intolerantes.

La hospitalidad es algo completamente distinto. Significa abrir brazos, corazón y cabeza a la otredad del otro y celebrarla.

En Juchitán hay seis géneros o preferencias sexuales (modos de ser, diría yo) que son públicamente reconocidos y celebrados, aunque todavía haya juchitecos que sólo los toleran y otros que ni siquiera eso.

En el siglo XXI, en México y en el mundo, tendremos una convivencia hospitalaria, forjada desde abajo y a la izquierda… o experimentaremos un autoritarismo bárbaro, conducido por toda suerte de moralinas.