Opinión
Ver día anteriorViernes 5 de febrero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La última zarzuela
U

n hermano puede no ser un amigo,
pero un amigo será siempre un hermano.

Benjamín Franklin

Ante la muerte del amigo (Armando Barriguete) se contrita el espíritu y se piensa con más desgarramiento en todo eso que era apacible, sencillo y cotidiano; y qué, precisamente por eso, formaba cuanto me era cotidiano y consustancial.

Armando fue médico y sicoanalista, formador de institutos de sicoanálisis para adolescentes, maestro en diversas universidades, profesor y supervisor de muchas generaciones de sicoanalistas, autor de varios libros importantes, entre ellos Lo que el vino se llevó y La copa nostra. Sus temas favoritos fueron: la clínica sicoanalítica, los jóvenes y sus movimientos sociales, las farmacodependencias y los niños de la calle. Por todo ello trabajó arduamente y con total entrega.

La muerte de Armando me llena de dolor, un dolor hondo, el gran dolor de las cosas pequeñas, el dolor de la vida diaria, no sólo rota sino de imposible recomposición. Y es que hay cosas perdidas que nos hieren, como la muerte de un amigo que nos acompañó desde las épocas de estudiante y en la vida profesional lo mismo que en las juergas juveniles, peleas, ligas políticas y, en nuestro caso, en nuestro gusto (pasado de moda) por las zarzuelas.

Cómo recuerdo esos viajes por carretera a los congresos en que íbamos escuchando durante horas enteras obras de ópera chica. Lentamente rompíamos la timidez y empezábamos a cantar. Ya no importaba nuestro tono desafinado, el sentido era recordar épocas pasadas, en plan familiar, en viajes que no queríamos que terminaran nunca.

Todas las cosas que nos parecen grandes no son siempre más que un conjunto de cosas pequeñas y sencillas. Mucho de nuestra vida cotidiana está lleno de esos detalles insignificantes que van tejiendo poco a poco nuestra existencia; todo aquello que se nos hace grato, familiar y querido.

Tal vez por estar acostumbrado por el diario trabajo al análisis de las emociones que depositan su ternura en el cuerpo, yo siento la sugestión de las cosas (aparentemente) pequeñas, hasta el punto de recordar (de entre tantos y tantos recuerdos) nuestros cánticos zarzueleros que nos brindaban paz y reposo mientras nos encaminábamos a nuestras presentaciones universitarias, mesas redondas, viajes y encuentros sociales. Y es que el viaje ideal a los recuerdos se detiene en esos sencillos momentos compartidos, los de las cosas simples.

Nuestro último encuentro, en el silencio del Instituto Nacional de la Nutrición, donde lo visité por última vez la semana pasada, ha dejado en mí el recuerdo de su mirada al no poder ya expresarse con palabras.

Al salir de allí, escuchaba el sonido de los ecos de las zarzuelas que entonamos (o desentonamos) juntos en tantas y tantas ocasiones. Este sonido vagaba por los pasillos y las salas del instituto y entre las notas escuchaba, matizadas, sus últimas palabras casi inaudibles: ¡Pepe, quiero mole!