la memoria de Daniel Bensaïd, revolucionario y, por ello, defensor acérrimo de la verdad y de la razón.
Sabemos bien que una de las más socorridas consignas del fascismo y la derecha es: Muera la inteligencia
. La inteligencia es el peor enemigo del fascismo, es incompatible con la justicia, la libertad y la razón.
Con gran preocupación observamos cómo hoy en México se construye una ofensiva cada vez más virulenta contra la inteligencia, la racionalidad y las reglas de la lógica. Vivimos hoy en un país donde la mentira, el ocultamiento, la falsificación y el fariseísmo se van volviendo moneda cada vez más corriente. Frente a esta situación, la lógica y la racionalidad cobran una importancia cada vez mayor y un carácter rebelde y subversivo, por ser herramientas insustituibles en la búsqueda de la verdad.
Una de las más importantes aportaciones de la lógica al entendimiento humano es la del diagnóstico y crítica de las falacias, es decir, de todo razonamiento incorrectamente estructurado, de donde se extraen conclusiones erróneas o se pierde el sentido de una discusión. Contra esa crítica y contra los principios de la ética se levantan poderosas voces que reivindican el impulso destructivo y las imágenes místicas y fetichizadas más toscas.
El discurso del señor Norberto Rivera es uno de los más paradigmáticos en el sentido señalado. Es un modelo de comisión de falacias y de divulgación deliberada de mentiras.
Sobran ejemplos para mostrar esto. El pasado 10 de enero, en su homilía dominical, el señor Rivera expresó, en contra del recientemente aprobado matrimonio entre personas del mismo sexo en el DF, las siguientes perlas:
“…la ley perenne es la de Dios; toda ley humana que se le contraponga será inmoral y perversa, pues al ir contra su voluntad termina por llevar a la sociedad a la degradación moral y a su ruina.”
“México es cristiano… es un país que ama a la familia, es su célula fundamental y el centro de cohesión social; es por ello que vemos con profunda preocupación cómo se ataca al matrimonio, cómo se burlan de los valores cristianos y de nuestras creencias más sagradas.”
Esto no es nuevo, por ejemplo, a mediados de 2007, el mismo día que la SCJN resolvió acerca de la legalidad del aborto, la arquidiócesis primada de México emitió una declaración en la cual se ilustra el método chantajista e irracional característico de la derecha. En su parte medular se lee textualmente:
Contemplamos con pesar el egoísmo y mezquindad humana que defiende la muerte antes de la vida y por ello elevamos nuestras súplicas a través de la oración y del sonido de las campanas para que, en señal de dolor, luto y penitencia por la matanza indiscriminada de infantes, pidamos perdón a Dios por quienes han promovido, votado y ratificado esta ley asesina.
Las citas anteriores son muestras ejemplares de la comisión de la falacia de inatingencia (o ignoratio elenchi). La conclusión establecida no tiene que ver con el problema que se debate; no hay huella de coherencia lógica ni esfuerzo de búsqueda de la verdad. En cambio nos encontramos con un discurso dirigido a fomentar bajas pasiones, a despertar emociones rudimentarias y primitivas. Es un discurso que premeditadamente busca alejar a la gente de la realidad en que vive y deformársela, al no explicar el mundo ni los problemas humanos con una mínima objetividad. No se pretende elaborar una explicación sobre el problema de los derechos humanos ni de las necesidades, deseos o aspiraciones de las mujeres y de la comunidad LGBTTTI.
En cambio, se oculta esta realidad a través de invocaciones a la culpa o denostaciones dirigidas a perversos
legisladores y a quienes los han apoyado. Surgen simbolismos y ceremonias sin relación alguna con el problema que se trata, tales como la degradación moral, las creencias sagradas, la oración y el repique de las campanas; aparecen las invitaciones al sufrimiento sin límites: dolor, luto y penitencia; se hace una utilización abstracta y vaga de los términos vida y muerte, sin el menor rigor racional.
Desde luego se hacen llamados a la intervención de seres sobrenaturales. Tácticas discursivas tendentes a fomentar el miedo y la ignorancia entre la población; a sumir el espíritu humano en la impotencia y el sentimiento de insignificancia. Tácticas que anulan toda posibilidad de diálogo y debate.
Desde luego, con estas líneas no espero que el señor Rivera ni sus colegas, altos prelados de la Iglesia, modifiquen su conducta ni un tantito así. A su fanatismo hay que agregar una prepotencia y falta de modestia tal que se consideran incapaces de cometer el más mínimo error. Representantes de Dios, al fin.