os virus son partículas infinitamente pequeñas. Para visualizarlos se requieren sofisticados microscopios electrónicos. Su tamaño nada tiene que ver con su complejidad interna o con su inesperada capacidad política. Unos son muy agresivos y pueden matar, otros generan tumores malignos y algunos desvelan miserias políticas. Los médicos y los epidemiólogos conocen bien el poder devastador, a nivel personal o comunitario de algunos virus. Muchos científicos dedican sus vidas al estudio de esas pequeñas formas de vida. Si corren con suerte y empeño los reconocen. Si son sabios encuentran alguna forma de tratamiento. Ya nadie recuerda ni a Salk ni a Sabin, descubridores de las vacunas contra la poliomielitis. Salvo por la reticencia de algunos líderes musulmanes que se niegan a vacunar a la población por motivos más bien políticos que religiosos, en Occidente la poliomielitis forma parte de la historia de la medicina (en la actualidad son muy infrecuentes los brotes de polio).
A diferencia del virus que produce la poliomielitis, la historia del virus de la inmunodeficiencia humana y del sida es una historia viva de la cual cada día se escriben nuevas líneas. Cuando la epidemia empezó sirvió para estigmatizar y causar daños morales. Se le consideraba la enfermedad de las tres H: Homosexuales, haitianos y hemofílicos eran los responsables del sida, es decir, eran el nuevo Satán. Aunque la ciencia ha avanzado, la epidemia sigue su brutal camino.
En el mundo 2 millones de niños padecen sida (dos terceras partes de ellos viven en África), 12 millones de niños africanos han perdido a uno o a ambos padres, 33 millones están contagiados por el VIH (nuevamente, dos terceras partes viven en África, de los cuales 60 por ciento son hombres) y, 75 por ciento de las personas infectadas en el mismo continente tienen entre 15 y 24 años. En contraposición a la miseria y el olvido, otros
seres humanos han elaborado medicamentos que si bien no curan la viremia, sí la detienen. Los enfermos adinerados o los que tienen la suerte de vivir en países con sistemas de salud fuertes pueden llevar una existencia normal con muy buenas expectativas de vida. Los pobres corren por otro camino: el de la muerte.
Las disquisiciones previas ilustran los avances de la ciencia –medicamentos muy sofisticados– y algunas caras detestables de la misma, como son la estigmatización, el imparable avance de la epidemia y la pobreza de quienes mueren por carecer de fármacos. El avance de la ciencia se ha visto opacado por las polémicas y sinsabores en relación a algunos de los quehaceres de la industria farmacéutica, así como por las torpezas de algunos mandatarios africanos que siguen sosteniendo que el VIH no es el responsable del sida. El virus H1N1 aporta nuevas lecciones.
El Comité de Sanidad del Consejo de Europa (CSCE) lanzó, a principios de enero, una acusación muy grave contra la Organización Mundial de la Salud (OMS) al afirmar que se había favorecido a los laboratorios farmacéuticos y que se había creado una alarma innecesaria en relación a la gripe A. Según los europeos, fueron dos los errores de la OMS. Primero: se sobrevaloró la gravedad (la mortalidad de la gripe ha sido menor que la de otras gripes). Segundo: generaron pánico (muchos países hicieron compras masivas de vacunas y tratamientos contra el virus).
En el documento suscrito por parlamentarios de 10 países europeos se afirma que los laboratorios han incitado a destinar los recursos sanitarios a favorecer estrategias de vacunación ineficaces
; además, agrega, que se está exponiendo inútilmente a millones de personas con buena salud al riesgo de efectos secundarios de vacunas que no están suficientemente probadas
.
De acuerdo con el documento, y éste es el culmen de la acusación, la OMS, auspiciada por algunas compañías farmacéuticas redefinió el nivel de la epidemia para declararla pandemia con el fin de firmar nuevos contratos con los laboratorios para vender más vacunas (la diferencia entre pandemia y epidemia es que la primera es más grave porque se ha diseminado entre personas de dos o más áreas geográficas). El promotor de la demanda ha llegado más lejos y ha sugerido que la doctora Chan, directora de la OMS, debería dimitir. La OMS se ha deslindado de cualquier influencia negativa de los laboratorios y advirtió que al inicio de la epidemia no era posible saber cuál sería su curso.
Entre los ataques del CSCE y las certezas de la OMS respecto de su actuación quedan millones de vacunas no utilizadas, toneladas de desconfianza y algunos cuestionamientos médicos en torno a la urgencia de fabricar las vacunas contra la gripe A: ¿no debería ser prioritario voltear hacia África y acelerar la producción de la vacuna contra la malaria o distribuir suficientes medicamentos para tratar la tuberculosis o el sida? Entre las casi surrealistas, y muy deleznables peleas entre instancias consagradas, como la OMS y el Consejo europeo, quedan una serie de sinsabores similares a lo que ha sucedido con el sida. Quien ha triunfado es la epidemia de la desinformación.
El brete de la gripe A es preocupante. Si bien es cierto que es imposible saber cuál será el curso de las epidemias cuando recién inician, no menos veraz es la incomunicación entre políticos y científicos, torpezas que devienen desconfianza, temor y desprecio de la opinión pública. Cuando llegue otra epidemia los ciudadanos no sabrán a quién y qué creer. Las lecciones de los pequeños virus son crudas: desnudan muchos tropiezos de la condición humana.