rises nubes giraban en el espacio al inicio de la corrida y lentamente se movieron y dejaron ver un cielo azul y un sol luminoso. Y una brisa leve murmuraba dulce un armonioso canto que se transformó en un desagradable viento. Perdido en la inmensidad del espacio recordaba a mi entrañable amigo Armando Barriguete que dejó de existir el viernes pasado. Lentamente veía representaciones que hacía tiempo deseaba tener, de pasar una tarde en la contemplación de los misterios del toreo mexicano reciente. Ansiaba ver las verónicas encantadas, el murmullo de las chicuelinas al correr y deslizarse por el redondel como las ejecutaba El Calesero. Ver desgranarse los pases naturales rematados con el pase de pecho al estilo de Lorenzo Garza. Respirar ese ambiente embalsamado y embelesarme con el armonioso canto del toreo lento a la mexicana, que es único. Quería sorprender el grandioso quehacer torero que en su quietud y reposo, se aletargara en el sueño melancólico de los ayudados que lamían la arena.
Deseaban que en esta semana del aniversario de la México surgiera el olor suave y torero del habano puro, sensual, profunda molicie, impregnado de tiernos gérmenes de voluptuosidad, después de faenas triunfales que despertaran ese algo
extraño en lo más íntimo de los sentimientos. Se apoderaba de los aficionados una especie de laxitud, soñando a raudales la poesía que dejaron en el ruedo los grandes toreros. Esperaba descubrir escenas que nunca se repetirán de faenas que ya fueron. Las ideas e imágenes se grababan en la mente y se iban sin apercibirme de ello, tomando formas tangibles en el ruedo. Tres jóvenes recrearían el arte del toreo.
Pero nos quedamos con las ganas de ver las faenas de los jóvenes toreros. Los toros de Bernaldo de Quirós llegaron para las figuras y nuevamente más de lo mismo: toritos débiles, un puyacito sin recargar, rodando por el piso. Con estos toritos de la ilusión los tres toreros se la pasaron acariciando los pitoncitos de los bureles pero no transmitían emoción alguna al tendido. Con sitio y muy toreados, El Juli y Arturo Macías conscientes de la falta de emoción en su quehacer cada uno, prepararon a los novillones y ejecutaron sendas estocadas al volapié de la que salieron muertos sin puntilla los toros. Y por supuesto se llevaron dos dadivosas orejas para no variar. El alternativado Mario Aguilar, en plaza llena y de quien tanto se esperaba, tuvo que pechar además con el último de la tarde, un novillito. Habrá que verlo con otro tipo de ganado pues está lleno de torería y puede caminar en el difícil juego del toreo. La esperada visión esplendida del arte torero mexicano, ese dulce desperezo se fue borrando lentamente.