urió J.D. Salinger. Causas naturales, reportó su familia. Y bueno, como diría Holden Caulfield, a los 91 años es bastante natural que uno se muera. Lo último que se supo de él fue hace unos meses, cuando le metió una demanda a un tipo que quería publicar una continuación de la vida de Holden. Cuando a Cervantes le pasó lo mismo con Avellaneda se puso a escribir una segunda parte del Quijote, pero bueno, no ha de ser fácil hacer algo así cuando se pasa de los 90 y menos si no se tiene el menor deseo de renovar contacto con el mundo.
¿Cómo habrá tomado su muerte el viejo J.D.? Apuesto a que sería algo parecido a lo que hace decir a Holden: “Empecé a imaginarme muerto y a todos los millones de cretinos que acudirían a mi entierro… Espero que cuando me llegue el momento, alguien tendrá la sensatez suficiente para tirarme al río o algo así. Cualquier cosa menos que me dejen en un cementerio. Eso de que vengan todos los domingos a ponerte ramos de flores en la barriga y todas esas pendejadas... ¿Quién necesita flores cuando ya se ha muerto? Nadie”.
Salinger pudo pasársela muy bien más de 40 años sin saber casi nada de nadie, en cambio para muchos no será fácil acostumbrarnos a vivir sin él, o bueno, sin saber que anda todavía por allí, escondiéndose de los phonies. Por lo pronto, ya circula por la red y en papel un montón de datos y anécdotas: que si The Catcher in the Rye (de algún modo El guardián entre el centeno nomás no cuaja, al menos para mí) ha vendido 35 millones de ejemplares y tiene el raro privilegio de haber sido prohibido en las escuelas de Estados Unidos y ahora es lectura obligatoria en ellas, que si el asesino de John Lennon llevaba el libro bajo el brazo y el frustrado ejecutor de Ronald Reagan lo tenía en su buró, que si el autor jamás quiso que se llevara al cine pero aun así muchos personajes de la pantalla se inspiraron en él (seguro James Dean lo tuvo muy en mente al prepararse para Rebelde sin causa, y quién sabe si nada más para eso), que si varias generaciones de roqueros se han sentido identificados con la novela…
Quizá las notas sensibleras que se emitirán por millares lo habrían divertido (en el blog del New Yorker hay una muy simpática de un tipo que trata de explicarle a un mecánico su sensación de pérdida comparando a Salinger con un automóvil de modelo único e irrepetible); en cambio, de seguro los análisis eruditos lo fastidiarían sin remedio. No en balde farsante
era su insulto preferido. Sé que no descubro el hilo negro al decir que el jalón inmediato que muchos sentimos al leer The Catcher in the Rye por primera vez en nuestra adolescencia provenía precisamente de su autenticidad. Uno se sentía a gusto con Caulfield, lo entendía, sonreía y sufría con naturalidad al acompañarlo en sus peripecias, sintiéndose no sólo identificado, sino cómplice. Lo que muchos sentimos también, por ejemplo, con La tumba o De perfil, de José Agustín, pero nunca con Gazapo, de Gustavo Sainz, digamos.
En Franny y Zoey, que vino varios años después, hay todo eso también, pero de otro modo: ahí la fuerza de atracción emana del cálido vínculo entre los dos hermanos. No queda más remedio que repetir la palabra complicidad, que a veces es sinónimo de amor. Algo bueno que probablemente tenga la partida de J.D. será la redición de este libro, del que Bruguera publicó una versión al español peninsular allá a finales de los años 70.
Y bueno, lo mejor que podemos hacer no por el viejo J.D., sino por nosotros mismos, es buscarlo en sus propias páginas. Y tal vez animar un poco a los jóvenes que no lo conocen a que lo lean, pero sin presionar. Digo, nada de monsergas estilo ya deja tus jueguitos de video o tus novelitas de vampiros y ponte a leer algo de provecho, por favor.
La versión de The Catcher in the Rye que Edhasa puso en venta masiva hace poco es bastante decente. Para los que leen inglés y tienen crédito disponible en la tarjeta, The New Yorker está ofreciendo en línea, para suscriptores de la revista, los 13 cuentos que Salinger publicó allí (no sería raro que en el próximo número impreso venga una buena selección de ellos). En la dirección www.freeweb.hu/tchl/salinger/ se pueden encontrar la mayoría de sus obras, incluida The Catcher…, en una versión no muy legible, pero gratis. Así que buena lectura, y adiós y gracias al entrañable ermitaño.