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Aprender a morir

Por practicar vudú...

P

or practicar vudú y no tomar en cuenta las enseñanzas de la Biblia, a los haitianos les pasó lo que les pasó, le oí decir a una beata al referirse a la desgracia más reciente de Haití, ese oprobio de la civilización occidental y una muestra vergonzosa más del abismo entre los principios invocados y las acciones practicadas.

Amaos los unos a los otros, siempre que esos otros no sean negros ni se puedan vender como esclavos, o libertad, igualdad y fraternidad, pero en la medida en que no estorben para explotar y luego pretender ayudar, incluso si son connacionales con desnutrición e ignorancia centenarias.

En poco más de medio siglo países católicos y protestantes no sólo acabaron con la población indígena en la isla La Española –hoy Haití y República Dominicana– debido a las duras condiciones de trabajo y a las nuevas enfermedades contraídas, sino que diligentes y codiciosos se apresuraron a traer de África fuerza de trabajo abundante y barata.

Y la señora rezandera pretendiendo que las legiones de esclavos arrancados de sus tierras y acarreados contra su voluntad adoptaran sin chistar las creencias de los esclavistas. De ahí que la población negra secuestrada apenas si decidió incorporar algunos aspectos del cristianismo a su religión original, el vudú, de la región occidental de África, y una de las más antiguas del mundo, variante teísta del animismo que atribuye un alma a los objetos inanimados y a los fenómenos naturales, provisto de un fuerte componente mágico.

En el siglo XIX todavía el sacrificio principal vudú era el de una joven blanca, que con el tiempo fue sustituido por el de un animal. Su práctica incluye fetichismo, ofiolatría y empleo del trance como medio de comunicación con los espíritus. Se dice que en Haití 70 por ciento de la población es católica, 30 protestante y el ciento por ciento vudú.

Pero si antes del terremoto –¿o deidades encolerizadas por tanto cretino en el poder?– Haití seguía siendo botín de propios y extraños, ahora se ha convertido, fugazmente, en alguien digno de la solidaridad internacional, del asistencialismo unánime y de las piedades emergentes, al grado de aceptar la entrada en el primer mundo de niños haitianos (los ancianos no interesan a ninguna economía).

El problema de los amigos ocasionales de Haití es que siguen empeñados en dar peces, no en enseñar a pescar, por lo que difícilmente podrá ser reconstruido lo que no acabó de cimentarse.