ras el golpe de Estado en Honduras, un nuevo enemigo se ha visualizado como pretexto para la intervención militar en la región. Se trata de la influencia negativa de los países que integran la Alternativa Bolivariana para las Américas (Alba), el fantasma del socialismo del siglo XXI y el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, mentor de tales iniciativas. Por este motivo, Mauricio Funes, presidente de El Salvador y miembro del FMLN, ha dejado claro cuáles son sus aliados estratégicos. En recientes declaraciones manifestó rotundamente que su gobierno no va a dar ni un solo paso tendente a la incorporación al Alba y al socialismo del siglo XXI
, recalcando que tampoco cuestionará las relaciones con Estados Unidos, entre otros motivos, por los casi 3 millones de salvadoreños que allí residen. Recordemos que una parte del PIB de El Salvador proviene de las remesas de sus inmigrantes afincados legal o ilegalmente en dicho país.
Las palabras pronunciadas por Funes deben adscribirse a esta nueva coyuntura. El golpe militar de Honduras podemos decir que ha prosperado, más allá de la repulsa de los organismos internacionales y la heroica resistencia. Nada hace presagiar el retorno de Manuel Zelaya a la presidencia. De esta manera, lo que se planificó para Chile en 1973 se ha conseguido en Honduras en 2009. Un golpe de Estado avalado por el Congreso, la Suprema Corte, las fuerzas armadas y los principales partidos de la oposición. Así no se pondría en duda su legitimidad. Es cierto que entre uno y otro hay muchas diferencias, pero la estrategia es la misma. Ahora los gobernantes que deseen ir por el camino del Alba u otras alternativas a la globalización neoliberal sufrirán las consecuencias. Es mejor ponerse el parche antes de la herida. Toca tranquilizar a las oligarquías locales para que mantengan las fuerzas armadas en sus cuarteles.
La derecha salvadoreña puede sentirse satisfecha. Funes ha puesto límite a la acción de su gobierno y toma distancia con su organización, el FMLN. Sus dirigentes han decidido secundar la propuesta de una V Internacional, sumarse al Alba y avalar el Banco del Sur. La esquizofrenia está servida. Funes sale al quite y recalca que una cosa es el partido y otra su gobierno. De esta manera envió un recado a los miembros de Alba y en especial a Hugo Chávez. Si el FMLN, su organización, se siente cómodo con el llamado a una V Internacional, el gobierno que él preside recela. No son compañeros de viaje.
Hay que ser pragmático, subraya Funes. No hay motivo para pelearse con Estados Unidos ni nadar a contracorriente. En esta línea, acota: Estados Unidos no me ha torcido el brazo
, por lo cual es insensato suscribir ningún documento que pueda poner en riesgo dicha relación
. Sus palabras destilan miedo, complemento perfecto del accionar pragmático. Suscribirse al Alba supone asumir riesgos innecesarios.
Funes no quiere intrigas palaciegas que acaben en un golpe de Estado. La osadía del presidente Manuel Zelaya a la hora de elegir aliados y cambiar la línea de su gobierno no ha dado buenos frutos. Así, Funes prefiere aparcar cualquier atisbo de alternativa democrática en pro de salvar su gobierno. No quiere que se repita la experiencia hondureña en El Salvador.
Si la guerra contrainsurgente de baja intensidad logró éxitos, fue promoviendo la idea de derrota en la izquierda latinoamericana. Su argumento era simplista, pero convincente.
Tras la caída del muro de Berlín, poco o nada se podía hacer. El socialismo realmente existente era un desastre y el futuro pertenecía a la globalización neoliberal. El capitalismo había triunfado. En América Latina, Jorge Castañeda le dará forma a esta versión espuria en su obra La utopía desarmada. Sin muchos argumentos justificó la emergencia del unilateralismo y proclamó el fin de las luchas antimperialistas y anticapitalistas. Había que llevarse bien con Estados Unidos, el gendarme del planeta. No se podía seguir luchando contra molinos de viento.
Muchos fueron quienes cayeron en el canto de sus sirenas. El FMLN fue víctima propicia. Tras años de luchas en el campo militar, la guerra no se decantó hacia el FDR-FMLN. Muchos de sus dirigentes entraron en un proceso de regresión ideológica. Mauricio Funes ha sido uno. Durante la guerra contrainsurgente asumió responsabilidades, arriesgó su vida y derrochó valentía. Hoy deja ver un miedo enmascarado bajo el adjetivo de ser un hombre pragmático. Su gobierno ha decidido no dar la batalla contra la oligarquía ni de frente ni de costado. Han preferido olvidar las promesas que los llevaron al gobierno y obviar las esperanzas de un pueblo que confió y les dio la batuta de mando, tras décadas de luchas y muerte en el campo de batalla.
Al renegar de los principios democráticos en pro de una gestión que no incomode a la clase dominante salvadoreña y a Estados Unidos, Mauricio Funes y su gobierno cierran las puertas para construir un proyecto nacional, popular, de economía mixta, antimperialista y republicano. Valores inmersos en la lucha contra la desigualdad, la explotación, el hambre y la marginalidad social. Ahora sólo les queda poner a buen recaudo los dineros del gran capital y la oligarquía, así obtendrán un sobresaliente. Condición sine qua non para no verse sorprendidos por un golpe de Estado y lograr el éxito en futuras elecciones.