Un centenar de obras se conjuntaron en El poder y la gracia: los santos patronos de Europa
Piezas de grandes artistas como Leonardo, Caravaggio, Tiziano, Van Eyck y El Greco se enriquecieron con telas del Este europeo
Ayer se clausuró la exposición del recinto en Roma
Lunes 1º de febrero de 2010, p. a11
Roma. La exposición El poder y la gracia: los santos patronos de Europa, que concluyó su exhibición ayer, en el estupendo Palacio Venecia, en el corazón de Roma, sirvió para analizar –mediante un centenar de obras seleccionadas de entre los máximos exponentes del arte universal– el significado que los santos patronos de cada nación europea (70 en total) han tenido en 2 mil años de evolución política, cultural y espiritual del continente.
En la muestra, producto de la colaboración entre el Vaticano y el gobierno italiano, estuvieron implícitos muchos de los debates y estudios teológicos que se han gestado en los pasados 30 años.
Para descifrar conceptos tan profundos conviene analizar el título, donde se encuentra la verdadera clave de lectura de la muestra; en la primera frase, El poder y la gracia, está contenida la parte intelectual, la menos visible, pero la más trascendente. Aquí, los principios del san Agustín (354-430) tardío, el de La ciudad de Dios (412-426), son asumidos para marcar la importancia de la diferenciación entre Estado y divinidad.
La Iglesia, que hasta hace poco se había reducido a una especie de organización ética del mundo en crisis
, siente ahora la necesidad de retomar un papel activo, capaz de descubrir su verdadero significado en la sociedad
. De ahí la importancia de subrayar que el culto no puede rendirse al César sino únicamente a Dios
; en un momento en que Estado y divinidad parecieran contaminarse, la Iglesia reivindica su papel como guía espiritual de la comunidad.
En la segunda frase, Los santos patronos de Europa, está contenida la parte física, evidente, de la muestra; todo aquello que seduce al espectador ante un despliegue de esculturas, códices miniados, vitrales, pero sobre todo estupenda pintura, donde las grandes obras maestras de artistas como Leonardo, Caravaggio, Tiziano, Reni, Guercino, Mantegna, Del Sarto, Van Eyck, Murillo, El Greco y Tiepolo se enriquecieron con un considerable número de telas del Este europeo, normalmente excluido; se disfrutó sobre todo de arte ruso proveniente de la célebre galería Tetriakov, de Moscú.
Los santos patronos de Europa fueron los protagonistas de la muestra: mediadores entre el cielo y la Tierra, son patrocinadores, protectores de cada Estado, aun en territorios con minoría católica.
A partir de los años 80 del siglo pasado se ha inaugurado una temporada de interés histórico y artístico por los santos, debido en buena parte al papa Juan Pablo II, quien santificó (482) y beatificó (mil 338) más de lo que hicieron todos los papas juntos.
Estudios recientes muestran que cada periodo histórico ha correspondido a modelos de santidad específica
, según dice el curador Alessio Geretti, quien dispuso la muestra siguiendo tal lógica.
El poder y la gracia han ido de la mano, por lo que la historia de los sucesos religiosos y la historia de los hechos políticos se manifestan como indisolublemente unidos. Las formas de santidad se proponen como símbolos del tiempo
.
La mitad de la exposición reconstruyó las principales etapas de la historia de la santidad antigua: desde la era de los mártires hasta los eremitas, para pasar después a los obispos y reyes que convirtieron pueblos y reinos enteros.
Especial atención se dedicó a la santidad real y dinástica del medievo, así como a los seis santos patronos de Europa seleccionados por Paulo VI y Juan Pablo II: Benito de Nursia, los santos Cirilo y Metodio, santa Catalina de Siena, Brígida de Suecia y santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), que por el momento no gozan de una auténtica difusión cultural.
La exposición invitó a recordar la importancia de las raíces europeas, contenidas no en una unión histórica o política, sino civil, espiritual y cultural. Monseñor Ravasi, en el catálogo, explica: Esta muestra es una lucha contra la superficialidad, la vacuidad y la fealdad. Es un anuncio de justicia y belleza que tiene en los santos un símbolo viviente
.
Al respecto, el último ensayo de Jean Clair nos lleva a reflexionar sobre la condición de la producción artística contemporánea y su función.
Clair considera que “la cultura como la entendemos hoy no es más que una idolatría del hombre a sí mismo, una antropolatría.
Grandes pensadores, como Thomas Mann o T.S. Eliot, consideraban que ninguna cultura había nacido o se había desarrollado sin estar ligada a una religión
. Para Clair, la cultura laica y sus productos: libros, obras de arte, música profana, centradas en celebrar solo al hombre, han terminado en el desierto
.
¿El resultado según el crítico francés?: un arte de letrina, del desecho y de la especulación.