as palabras cuentan. ¿A qué se refiere Felipe Calderón, Presidente de la República, cuando afirma desde el gobierno que debe ser la ciudadanía la que rompa los aparatos partidistas
. ¿A qué viene ese tono engallado contra partidos, que no son el suyo, cuando en el Foro del Senado se escucharon voces fuertes, pero sensatas en torno a la iniciativa de reforma política enviada por él? ¿No es ésa la tarea propia de los legisladores, la responsabilidad de los especialistas convocados a dar su opinión?
¿Cómo puede decir el Presidente que quienes critican o rechazan sus propuestas no tienen confianza en los ciudadanos o quizá (la) tengan más en los aparatos partidistas que en los ciudadanos mismos
? Es obvio que la catilinaria lanzada a los parlamentarios del PAN no fue fortuita, pues la pieza oratoria viene a ser como la primera campanada de la larga marcha electoral del blanquiazul hacia 2012 y una buena ilustración de la manera en que el panismo entiende la disciplina partidista, el liderazgo presidencial y la responsabilidad subalterna de los legisladores ante las grandes líneas trazadas por el mandatario.
Los asesores estratégicos del gobierno han llegado a la conclusión de que la única manera de trasladar la irritación de los ciudadanos hacia la Presidencia y sus potenciales candidatos consiste en hallar un culpable universal, identificable con la clase política
y más concretamente con la partidocracia que hoy juega en la oposición o, si se aprietan los términos, en la ilegitimidad pretransicional, habida cuenta la argumentación más socorrida en el asunto discutible de las alianzas. La ciudanización
del panismo, estimulando las fibras del temor, el desencanto, las ambiciones no disimuladas de unos pocos o las inercias creadas por el clientelismo oficial, es el punto de partida de un vasto operativo ideológico al que concurren con entusiasmos diferenciados los medios, grupos empresariales impacientes y/o temerosos de que las presiones se salgan de madre, la jerarquía católica que todos los días muestra su desprecio por el pluralismo y los opinadores que nunca entienden por qué se critica la buena fe presidencial. En fin, la reforma postransición de Calderón no está mal porque algunas de las propuestas contenidas sean desmedidas o inoportunas, excluyentes (véase el galimatías de la doble vuelta, por ejemplo), sino que a esas limitaciones debe añadirse la falta de visión que la retórica sobre las urgencias de la ciudadanía no logra ocultar.
La intención reformadora, más allá del deseo pueril de subordinar el Congreso al neopresidencialismo panista, pretende homologar el sistema político mexicano con el modelo bipartidista del que provienen sus paradigmas, dejando algunas puertas de entrada a la presencia testimonial de la izquierda.
Para avanzar, el panismo se apoya en los prejuicios apolíticos, especialmente entre las clases medias, en la debilidad de la cultura democrática general y, en efecto, en la tradición de impunidad, corrupción e ineficacia que suele acompañar a los políticos, dándole credibilidad a las quejas corrientes en ausencia de verdaderos debates críticos. Pero aunque muchos de sus fieles seguidores son visceralmente antipolíticos
, es imposible eludir el hecho de que el PAN es un partido viejo y resabido, dirigido por políticos profesionales que viven de ello (nada que objetar si es transparente) marcado por la historia y la ideología dados sus vínculos fundacionales con el mundo conservador y buena parte del empresarial.
Lejos están los dirigentes actuales de ser aquel grupo de jóvenes católicos lanzados a la aventura de reaccionar para oponerse al curso de grandes transformaciones sociales bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas o, por lo menos, dispuestos a rescribir la crónica de sus tiempos contrariando la experiencia revolucionaria, primero con el catecismo en la mano y después, ya en plena revolución institucional, iluminados por el rayo de la modernidad que ya no proviene de los estridentes corporativismos y falanges de la primera hora; tampoco de la democracia cristiana europea de la posguerra, sino del conservadurismo estadunidense asumido como faro (ya sin culto a la hispanidad de por medio). Ese acentuar el primado de lo político
permitió al panismo criticar el régimen desde los intersticios del poder empresarial, usando el rincón parroquial, la enseñanza particular y, más tarde, los espacios mediáticos alineados con el clima moral persecutorio de la guerra fría, pero no le permitió consolidar un amplio movimiento ciudadano, capaz de competir con la fuerza organizada del partido oficial. Aunque mantiene el discurso en favor de la democracia electoral, el PAN circunscribe su actividad a la difusión doctrinaria, pues prefiere ser grupo de presión, referencia ideológica o expresión de intereses e inquietudes regionales que buscan fortalecer sus piezas en la gran negociación con el Presidente.
En rigor, el gran cambio vendrá cuando el gobierno presidencialista, es decir, priísta adopta, por así decir, el programa máximo de las fuerzas vivas
, lo hace suyo y completa la reforma del Estado que modifica la relación entre las instituciones y la sociedad, dando a Acción Nacional la ocasión de salir de la marginalidad de la mano de los bárbaros del norte
que con Fox probaron todos sus límites.
Hoy el Presidente panista intenta regresar al primado de lo politico
, mediante la reforma de algunas piezas que no encajan con la idea de que estamos en plena consolidación de la democracia, pero presentadas sin rubor como las más sentidas de los ciudadanos
, sin ubicarlas en un orden de prelación respecto del conjunto de gravísimos problemas nacionales.
Sin decirlo, se aspira a crear un nuevo régimen político híbrido, a modo, pues entre los puntos de la iniciativa figuran, junto con demandas acreditables (las menos) las concesiones a ciertos grupos ciudadanos
, las ocurrencias, el afán de imitación y, en definitiva, la ceguera que impide relacionar la necesidad de la reforma del Estado con el resto de cambios que el país requiere para reordenar su presente y su futuro.