a empatía es una palabra en desuso. Aunque es motivo de estudio, sobre todo en las áreas de la filosofía, del arte y de la medicina, y sin duda preocupación fundamental de las religiones, su vigencia en el lenguaje cotidiano es magra. Es magra porque los usos y costumbres de la modernidad bregan en contra del valor y la trascendencia de la empatía. Quienes aseguran que esa cualidad no se puede enseñar sostienen que se nace con ella y se fortalece en los primeros años de vida, ya sea por lo que se aprende en casa, o por lo que enseñan la escuela y los amigos. Que la empatía sea una palabra poco utilizada indica que no es una cualidad a la cual se dé el valor que merece. Demasiado desapego hacia la otredad se requiere para decapitar o para matar a enemigos ni siquiera conocidos como sucede con el terrorismo moderno.
La definición que ofrece el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española es buena, pero fría (como deben ser las definiciones): Identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado anímico de otro
. Hay otras más dinámicas y más vivas. Muy vivencial es la que explica que la empatía se lleva a cabo cuando yo y tú
se transforma en yo soy tú
o, al menos, yo podría ser tú
. Uno de los dilemas de la medicina en la actualidad es buscar las vías para que la empatía adquiera nuevamente la importancia que antes tenía.
Muestra de ello son los discursos de graduación que se dictan a las nuevas generaciones médicas. La mayoría de los doctores que imparten esas conferencias enfatizan el valor de la relación médico paciente, de la empatía y de la compasión; en esas disertaciones, pocos ensalzan el poder de la tecnología. No podría ser de otra forma: durante mucho tiempo se consideró que la empatía era la esencia de la medicina.
Cuando los doctores carecían de fármacos o cirugías para tratar a sus pacientes lo único que podían ofrecer era su presencia, su compañía y su escucha. La incapacidad para escuchar, signo de los tiempos modernos y del exceso
de tecnología, es, en muchos sentidos, la antesala de la pérdida de empatía. Famosa es la frase de George Bernard Shaw: No conozco a ninguna persona bien informada y pensante que no haya sentido que la tragedia de padecer una enfermedad lo expone, sin remedio, a las manos de una profesión de la cual se desconfía profundamente
. Quienes favorecen la empatía y se alarman ante ideas como la de Shaw suelen recordar que uno de los principios fundamentales de la medicina es la compasión.
Los doctores que se preocupan por la mala reputación de la medicina contemporánea suelen enfatizar que a través de la compasión la empatía fluye y se aprehende. Los doctores que además dedican algunas horas a la enseñanza –en latín doctor proviene de docere, maestro, enseñar– suelen explicar que debido a los inmensos logros de la tecnología, algunos médicos, quizás demasiados, han modificado su capacidad de mirar y de escuchar. Otros agregan que las prioridades han cambiado. Con el tiempo los médicos dejaron de pensar en el paciente como persona, después olvidaron a la persona y se dedicaron a los órganos, y, posteriormente, enfocaron su atención a las células y a las moléculas.
Al lado de esas omisiones, los logros científicos y económicos acabaron sepultando a la persona. El ser humano dejó de importar y perdió presencia; su lugar fue ocupado por la enfermedad. El viejo dogma que advertía que no hay que tratar enfermedades, sino enfermos, cobró vigencia. En el trayecto de la aventura tecnológica la escucha quedó sepultada y la empatía olvidada. Las enfermedades, su diagnóstico y tratamiento no requieren empatía: basta sabiduría, dinero para estudiar la patología y destreza para recetar. Quienes requieren empatía son las personas. Los médicos empáticos curan y acompañan. Curar es una ciencia. Acompañar es un arte.
En la actualidad la medicina enfatiza mucho más la habilidad de mirar que la de escuchar. Aunque lo que se mira siempre debe ser trascendental, lo que se escucha compromete de otra forma y nunca es impersonal. Mirar en medicina exige menos compromiso que escuchar. La escucha convierte al interlocutor en testigo del otro y de sí mismo. Quien escucha se conoce mejor. El viejo arte de conversar sigue siendo, a pesar de la magia de la tecnología, una de las mejores herramientas de la medicina clínica. Si bien es cierto que la empatía, en la mayoría de las sociedades se encuentra erosionada, en la medicina sigue siendo valor primordial.