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Ver día anteriorMartes 26 de enero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Libros, ¿en extinción?
S

e habla mucho de este tema y de los nuevos libros virtuales, cuyas páginas, caracteres e ilustraciones simulan el volumen real, hasta en el pasar de las hojas.

Su peso y sus dimensiones son mínimas y sería posible transportar todo Henry James, pongamos por caso, o todo Alfonso Reyes en un adminículo diminuto.

Sin embargo, el libro real es relativamente joven y ni siquiera 80 por ciento de la población mundial está habituada a él, de modo que las presentes generaciones no veremos su extinción.

Entre los libros de lujo están sin duda los de arte. El presentado inicialmente en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes es el espléndido y muy completo libro sobre Pedro Friedeberg, cuyo peso específico sobrepasa, creo, tres kilos pese a que el papel no es grueso.

El segundo, presentado la noche del jueves, es una monografía sobre el extinto pintor juchiteco Jesús Urbieta, interesante sobre todo por el trabajo de investigación biográfica que realizó Jorge Pesh. El tercero, todavía no a la vista, se presentará el viernes 28 y corresponde al libro-catálogo de la exposición Manuel Felguérez.

Me ocupo del volumen sobre Friedeberg porque es producto de una investigación que se prolongó varios años, según deja ver la editora Déborah Holtz, (Trilce y Fondo de Cultura Económica), quien se vio apoyada por Juan Carlos Meza en la consecución de un producto muy completo de edición y diseño posmoderno, por lo que incluye, además de acertada selección de reproducciones de obra, trivia extraída de la propia trayectoria social del artista y un sinnúmero de fotografías, recortes de prensa, etcétera, además de los estudios de rigor a cargo de James Oles y Jeffrey Collins, antecedidos por la introducción de Luis Carlos Emerich, con un epílogo del arquitecto, escultor y ensayista Fernando González Gortázar.

Este último se refiere a la permanencia, por tres años, del artista en la entonces recién inaugurada Facultad de Arquitectura de la Universidad Iberoamericana, ubicada en lo que es ahora el restaurante San Ángel Inn. El conjunto adhería la escuela de Artes Plásticas, entre cuyos docentes estuvieron Manuel Felguérez, José Luis Cuevas y el grabador Guillermo Silva Santamaría, además del imprescindible Mathias Goeritz.

Arquitectos notabilísimos del momento: Augusto Álvarez, Max Cetto, Vladimir Kaspé y Ricardo de Robina eran docentes en la Facultad de Arquitectura. González Gortázar se pregunta: ¿cómo nadaba Friedeberg en esas aguas entre los representantes de la pureza lógica?

La cuestión es válida: la atracción que el artista sentía y siente hacia la arquitectura sin estilo (aunque vaya si él creó un estilo), que sobrepone retazos disímiles, da como consecuencia la creación de imágenes visuales complejas y si bien el resultado no es, desde mi punto de vista, pictórico, las tramas con todo y medias lunas, puños cerrados, manitas, pináculos tipo zigurat y repercusiones a lo Escher, es abstracto, con todo y el uso continuo de la perspectiva.

Los editores reprodujeron algunas imágenes extraídas de otros contextos, que sin duda pudieron influir en Friedeberg, por ejemplo el corte contenido en el edificio construido en un paquidermo que publicó Ribart en 1758, que se encuentra en el Museo Carnavalet, analogado al obelisco egipcio trepado sobre el gracioso elefantito de Bernini, en medio de la plaza de Santa María sopra Minerva en Roma. Las ilustraciones hacen alusión a la composición paquidérmica de Friedeberg.

Emerich se refiere al hecho evidente de que éste creó objetos paródicos o fársicos en un intento de paliar su frustración ante la grandeza de las obras del pasado y también pone atención a los objetos de virtud, mismos que, recordemos, mucho contribuyeron al éxito de la dinastía Duveen tanto en Londres y París como en Nueva York. Los objetos de virtud son virtuosos debido a su finura, ya se trate de tapetes, candelabros, taracéas o juguetes. En el caso de Friedeberg, quien conoce bien la denominación, son los pequeños aparadores, estanterías, cajas en las que ordena sus series.

La selección de las memorias De vacaciones por la vida, relatadas a José Miguel Cervantes se acompaña de fotografías que datan de su infancia y se prolongan a su llegada a México incluyendo mediante recortes de periódico su intensa y alambicada vida social.

La veneración del artista hacia su principal mentor, Goeritz, queda puesta en evidencia, al grado de que la recuperación de estos recuerdos (acuciosos y comprobables en este caso) se adhieren a lo que conocemos sobre Mathias, configurando un apartado que tiene su propia valía. Tal vez sus recuerdos de Toño Souza estén sobrecargados, pero eso está en la tónica del autor.