oy la palabra de moda es pesimismo
. El drama de Haití lo ha reforzado, pero también el hecho de que en Chile, nada menos que en la patria de Salvador Allende, haya recuperado el poder la derecha. Claro está que la raíz fundamental de ese sentimiento negativo no tenemos que buscarla lejos. Está aquí, en las conversaciones y en los medios. En la realidad económica que no puede ser más visible. En este mundo tan idiota que plantea como política de la Iglesia católica, tan protagonista en todo, que hay que convocar a los homosexuales a que dominen pasiones. ¿Vale para los pederastas?
Esa misma derecha chilena la tenemos montada en México, de manera formal, desde hace nueve años, pero de manera real desde el gobierno de Manuel Ávila Camacho. Cuando recién llegado a México, se produjo el cambio de gobierno el primero de diciembre de 1940 y al año siguiente se declaró el año de la Virgen de Guadalupe, me convencí de que el México cardenista al que tanto debemos y del que soñábamos que era una realidad con ánimos de permanencia no había sido más que un momento histórico, inolvidable, pero efímero.
Me he dedicado a leer libros que tratan de la Revolución. Profundizo en el conocimiento de los personajes, pero al mismo tiempo en la conciencia de que Madero no inició una revolución, sino una serie de golpes de Estado. La único revolucionario, porque transformó muchas cosas, fue la Constitución de 1917, contradictoriamente promulgada por un hombre esencialmente conservador y reaccionario: Venustiano Carranza, capaz de inventar un decreto que condenaba a la pena de muerte a los trabajadores huelguistas (1916), por cierto que a consecuencia de una huelga encabezada nada menos que por el Sindicato de Electricistas, nuestro actual SME. Hoy no se habla de pena de muerte, pero sí de la cancelación de los derechos constitucionales de los trabajadores, en el fondo una pena de muerte para el sindicalismo democrático.
El problema es que las expectativas políticas de nuestro país no pueden ser más negativas. Afortunadamente el PAN, que lo ha hecho muy mal porque no tiene hombres de la talla de Manuel Gómez Morín, de Efraín González Morfin y de tantos otros, no tiene la menor esperanza de volver al poder. En cambio el PRI, gobernado por una mujer brillante, tiene todo a su favor, salvo, tal vez, los precandidatos visibles. Pero además, la tradición del PRI, desde que dejó atrás el nombre que el general Cárdenas le atribuyó: Partido de la Revolución Mexicana, PRM, es esencialmente conservadora y en algunos casos extremadamente reaccionaria. A cambio tiene habilidad política y gracias a ello alguno de los personajes que se mencionan como precandidatos a la Presidencia de la República podría ganar las elecciones, aunque ninguno tenga la talla para hacerlo de manera propicia para los intereses del pueblo mexicano, tan decaído ahora.
El PRD no ha podido superar la enorme crisis de la renovación de su directiva. La personalidad de Andrés Manuel López Obrador y su campaña política permanente, ya con antigüedad de cuatro años, constituyen un freno al desarrollo del partido, ya que AMLO no parece que pudiera ser su candidato. Y López Obrador, como candidato independiente, tendría demasiados obstáculos en el camino. Por otra parte: ¿sería el PRD un partido de izquierda? Eso supone muchas cosas, económicas y sociales, y no sería tan fácil resolver los problemas si no hay una mayoría aplastante que lo apoye. No hay que olvidar que México es, en lo esencial, un país conservador. Sus izquierdas históricas: Cárdenas y Lombardo Toledano de manera especial, no lograron superar esa carga. El sindicalismo corrupto, instrumento del gobierno, nació con ambos dirigentes, con aires de democracia, pero no tardó en aterrizar en el entreguismo encabezado por Fidel Velázquez que hoy, a través de sus sucesores, es el principal aliado del sistema para luchar contra los trabajadores.
Hace algún tiempo, en un programa del Congreso, vi una entrevista a Juan Ramón de la Fuente, nuestro antiguo rector. Curiosamente, no negó su interés en ser candidato presidencial. Lo sería independiente. Pero desde luego contaría con mi voto. Que no sería el único, por supuesto. Por lo pronto, ahí les va el primer ¡goya!