aití, tras la catástrofe, se ha convertido en el averno. Miles de muertos y millones de damnificados es el saldo reportado, sin embargo resulta imposible saber cuántos seres humanos quedaron sepultados en las montañas de escombros. Lo dicho corresponde a un lenguaje descriptivo que nos impacta por la magnitud de las cifras. Pero las imágenes que hemos visto desfilar ante nuestros ojos han despertado terror, horror y consternación. Lo que dichas escenas nos presentan promueven una turbulencia de sentimientos difíciles de traducir en palabras, de hecho la palabra no alcanza a dar cuenta del terremoto interno que nos producen. Nos trastocan los pensamientos y nos invaden de dolor el corazón y el alma.
Cinco, en lo personal me causaron una verdadera conmoción mental y sicológica. La primera de ellas, la de una joven mujer tras ser apaleada por una turba de saqueadores, mientras el resto de transeúntes caminan con rostros y actitudes que reflejan indiferencia a lo que está sucediendo. Lo cruel de la escena la convierte en algo fantasmal, como pesadilla angustiante e incomprensible para el yo.
La segunda muestra cómo dos hombres, también jóvenes, arrastran por los pies (amarrados a una inmunda cuerda) el cuerpo desnudo de un hombre acusado de robo, que casi moribundo es apaleado con saña (¿goce sádico?) por un adolescente en el barrio capitalino de Petion Ville.
La tercera imagen muestra a un hombre arrojando el cadáver de un niño de aproximadamente cinco años a un cúmulo de cadáveres. El niño vuela por los aires ante la indiferencia o quizás el aturdimiento del yo o la negación necesaria que se presenta ante un trauma de esa magnitud del hombre que ejecuta esta labor.
La cuarta, que de hecho fue portada de varios diarios, muestra el rostro polvoso y ensangrentado de una mujer con medio cuerpo atrapado en los escombros. La expresión de esta joven no podría ser descrita tan sólo diciendo que muestra miedo, dolor y desesperación. En su cara vemos la fatalidad y lo siniestro. La imposibilidad en la lucha por la vida y la extrema frustración nos asalta al ver que quizá nada pueda hacerse por salvarla.
En contraste con las escenas descarnadas aparece la quinta imagen, que al mismo tiempo que nos conmueve hasta las lágrimas nos desconcierta por ser la muestra de las contradicciones y ambivalencias de la sique humana. En ella aparece un rescatista con un niño muy pequeñito en los brazos. En la cara de este hombre valeroso y altruista se observa una compasión y una ternura infinitas por la maltrecha criatura que carga. Se puede percibir también la satisfacción de haber salvado una vida sin pensar en el esfuerzo que esto haya costado; mientras, detrás de ellos se encuentra un grupo de hombres golpeándose entre sí con violencia brutal.
He aquí las dos caras de la conducta humana, la lucha entre Eros y Tánatos, entre violencia y sublimación.
Lo sucesos que hemos visto en Haití rebasan nuestra capacidad de comprensión. Sin embargo tanta fatalidad y fenónemos tan extremos tiene y una posible explicación: la pulsión de muerte, la fragilidad del yo ante situaciones extremas que golpean a poblaciones marginadas que de por sí son portadores de neurosis traumáticas y cuyo yo más frágil se desborda con más facilidad y permite que aflore lo más arcaico, lo más pulsional y como consecuencia la violencia y la crueldad más extremas ante la desesperación.
Aparece lo siniestro en el sentido freudiano: aquello que nos inquieta, que nos aterra pero que de alguna forma nos parece familiar. Este extremo de la desmezcla pulsional entre pulsión de vida y pulsión de muerte con el triunfo del goce por el sufrimiento del otro (aun cuando incluso ya es un ser vencido), esta abyección (o bien egoísmo o necesidad de supervivencia a cualquier precio) no pueden explicarse más que por la pulsión de muerte instalada en el mal radical. Lo que, en palabras del filósofo francés Jacques Derrida, al hablar de la pulsión de muerte freudiana y relacionarla con el mal de archivo se convierte en esta pulsión de tres nombres que se muda, siempre está operando y nunca deja un archivo propio.
Se ve en la violencia y en la crueldad extrema en tanto en su trabajo silencioso y desligador trabaja para destruir el archivo incluso con la condición de borrar sus propias huellas: Devora su archivo incluso antes de haberlo producido (...) es anárquica y anarcóntica, además de anarchivística y archivolítica (...) Siempre ha sido destructora del archivo por vocación silenciosa. A fin de cuentas Mal de archivo, Mal radical que habita en la naturaleza humana y que sin desenfado alguno aprovecha para emerger cuando situaciones como una catástrofe de la naturaleza azota a la humanidad
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