Para los marines recién llegados a Puerto Príncipe lo prioritario es la seguridad, no la asistencia
Calles y parques vuelven a ser dormitorios
Esto no para, Dios mío
, claman residentes
Los episodios de violencia, cada vez más frecuentes
Comerciantes contratan seguridad privada
Jueves 21 de enero de 2010, p. 15
Puerto Príncipe, 20 de enero. Esta noche casi nadie duerme dentro de sus casas en esta ciudad. La fuerte sacudida sísmica de esta mañana, de 6.1 grados en la escala de Richter, aunque sólo duró unos segundos y ya no provocó mayores daños –salvo derrumbes de las edificaciones más dañadas y ya deshabitadas– golpeó sicológicamente a la población. Esto no para, Dios mío
, gritaba una mujer con los brazos extendidos. Y un joven reflexivo sentenció, mientras observaba desde la calle el perfil del resquebrajado palacio nacional, donde las cúpulas se deslizaron aún más: Haití no tiene suerte
.
En este estado de shock, los capitalinos se encontraron con nuevos actores en el escenario: los marines. Después de días en los que las agencias humanitarias perdieron horas preciosas intentando superar su propio desorden para echar a andar la urgente maquinaria de la asistencia, en Haití se impuso el modelo estadunidense aplicado por George W. Bush en Nueva Orleáns cuando el huracán Katrina: orden primero, humanismo después. La presencia de 12 mil soldados enviados por Washington fue, se dice, una petición del presidente René Préval a su homólogo Barack Obama. Y una de sus primeras acciones fue, como era de esperarse, la expulsión de los periodistas que se alojaban en los campamentos de las misiones internacionales en el descampado del aeropuerto, a pocos metros de la pista por donde cada dos o tres horas siguen arribando naves.
Pero como el hambre no espera, los días de vacío de poder cobraron una cuota alta en la inseguridad de esta ciudad traumatizada. Sin llegar a un estado de pillaje generalizado, ayer se reportaron nuevos y cada vez más frecuentes episodios de saqueos y violencia. En algunos comercios, sobre todo en el centro, los dueños de tiendas y bodegas han contratado seguridad privada. Por lo tanto, ahora hay armas en las calles. Y las armas se usan. Ayer por la tarde una adolescente que se unió a una pandilla de saqueadores y por robar un par de cuadros decorativos perdió la vida. Este clima hace que ciertamente en muchos sectores el desembarco de marines es visto con cierto alivio.
En esta capital aislada por las comunicaciones deficientes poco se supo sobre posibles daños de la última réplica del sismo en las provincias.
Como en las primeras noches después del letal temblor, calles, aceras y parques volvieron a poblarse de sombras temerosas de los techos que pueden desplomarse sobre sus cabezas. La hacinación en los albergues al aire libre se incrementó. Y con ello el riesgo de brotes epidémicos, en particular dengue, cuadros diarréicos y leptospirosis, por los cuerpos insepultos que aún se detectan en muchos edificios derrumbados.
De día, sin embargo, empezó a notarse un cierto orden enmedio de la devastación. En las calles hubo más maquinaria pesada frente a los derrumbes, el cascajo se orilló, en muchos sitios la basura fue recogida. Incluso los bancos abrieron. Claro, sin efectivo disponible y sin sistema, de modo que de poco sirvió. En las gasolinerías –que se habían convertido en pequeños campos de batalla permanente, descendió el tono de la feroz pelea por cada galón de combustible que, sin embargo, sigue aumentando de precio al calor de la especulación y la necesidad. Los servicios de telefonía y electricidad no han podido ser restablecidos pero algunas empresas de teléfonos celulares han logrado mantener sus redes en activo.
Falta, sin embargo, lo básico: agua y comida. El modelo de auxilio humanitario tipo Katrina de Nueva Orleáns no tiene estas necesidades como prioridad. Lo primero, según se ve, es la toma del control de la ciudad.
Las agencias humanitarias hoy lograron extender los puntos de distribución de alimentos, aunque falta mucho por hacer en ese terreno.
En algunos casos fueron los marines quienes implementaron operaciones de reparto de comida a la gente. Hoy continuó el desembarco de soldados de la 82 división aerotransportada. En el puerto, por la tarde, se pusieron de inmediato manos a la obra. A lo largo de la reja que separa de la calle las instalaciones portuarias formaron a milies de personas. Una a una pasaban al interior del recinto. Cada individuo recibía una botellita de agua y una bolsita color naranja. Dentro, una ración energética. Y la leyenda impresa: un regalo para el pueblo haitiano del pueblo estadunidense.