o me gusta plagiar, pero a mi memoria, que con frecuencia me traiciona, poco le preocupan mis gustos. No recuerdo dónde leí un artículo que se intitulaba como el que hoy escribo. Las líneas previas intentan disculpar mis olvidos, eximirme de un probable plagio no intencionado y denostar a la medicina cuando se arropa de arrogancia.
Nada peor que la arrogancia. Los seres humanos perdonan muchas actitudes negativas, pero pocos toleran la arrogancia; la mayoría la considera nefasta y abominable. Las ciencias no son arrogantes. Son las personas las que inyectan soberbia y las que la empoderan. Muchas áreas del conocimiento sufren esa enfermedad. Cuando se trata de la medicina, el dilema es más grave, pues su leitmotiv son los seres humanos, muchas veces enfermos y lábiles. La arrogancia de la medicina se vincula con la medicalización de la vida, término al cual me he referido en estas páginas. Thomas Szasz es una de las personas que ha fomentado esas ideas.
Thomas Szasz (Budapest, Hungría, 1920) es profesor emérito de siquiatría en la Universidad de Syracuse en Nueva York. Szasz ha criticado la influencia de la medicina moderna en la sociedad y es uno de los promotores del término medicalización de la vida. Su desprecio por la medicina es amplio. Su resumen del problema es magistral: Teocracia es la regla de Dios, democracia la regla de las mayorías y farmacracia la regla de la medicina y de los doctores
. Szasz y otros críticos de la medicina sostienen que las conductas de algunas farmacéuticas, el glamour de la tecnología, la sobresaturación de los servicios médicos, sobre todo en la medicina que proporciona el Estado, el poder de los medios de comunicación y la abominable presencia de las compañías aseguradoras han fracturado los vínculos entre médicos y pacientes. Cada una de las circunstancias mencionadas juega un papel diferente. Cuando esos factores se combinan, lo cual es la regla, deviene empobrecimiento médico y soberbia de la medicina.
El recorrido da inicio con la persona que no es enferma, pero que puede clasificarse preenferma si se detecta alguna anomalía, aunque sea mínima, en el laboratorio, y finaliza con el ejercicio impersonal de la medicina, donde los pacientes reclaman que sus médicos no los escuchan. Entre un extremo y otro los tropiezos los dicta el mal uso y el sobreuso de la tecnología, la sumisión de los doctores a los dictados de algunos consorcios médicos, la presión de algunas compañías farmacéuticas y la insatisfacción de los galenos por tener que someterse a las compañías de seguros médicos y por el temor de las demandas por parte de pacientes aconsejados por abogados sin escrúpulos. El encanto de la vieja medicina, la relación entre enfermos y doctores se ha roto. Esa ruptura ha dado pie a la arrogancia de la medicina. El caso de los preenfermos sirve para ilustrar ese problema.
Ampliar los límites de la enfermedad, es decir, enfermar a personas sanas es el core del concepto preenfermedad. Este concepto tiene una cara con muchas aristas: es bueno para los propósitos de las farmacéuticas y saludable para los bolsillos de algunos galenos. Aunque “las farmacéuticas no escriben las definiciones de las enfermedades –escribe Ray Moynihan, de la Universidad de Newcastle–, muchos de los médicos que las escriben lo hacen con bolígrafos que llevan el logotipo de un laboratorio. Hay demasiados médicos y paneles de expertos muy próximos a estas compañías”.
La diabetes mellitus ejemplifica bien el universo de la preenfermedad: es una enfermedad que tiene una prevalencia en la población de 10 por ciento o más, sobre todo en países pobres donde la alimentación se basa en carbohidratos (en términos no médicos, al menos uno de cada 10 habitantes padece diabetes). ¿Qué ha sucedido con la diabetes?
Hasta 1997 la cifra normal –cifras mayores corresponden a diabetes mellitus– era 140 miligramos de azúcar por decilitro en ayunas. Ese año, la American Diabetes Association la disminuyó a 126 de acuerdo con nuevos estudios; en 2003 se consideró que 100 mg/dl sería la cifra normal. La validez de esas modificaciones ha sido cuestionada por diversas razones. Es obvio que la ciencia progresa, pero es también obvio que el ser humano poco cambia en seis años, época en la que se modificó en dos ocasiones el nivel normal de azúcar en sangre. Lo que también es obvio es que en el mundo hay aproximadamente 150 millones de diabéticos que deben tratarse.
Muchas veces la diabetes se puede tratar cambiando el estilo de vida, otras veces se requieren fármacos. Quienes favorecen la idea de medicalizar la vida optan por medicar al enfermo y por vender términos cuestionables como preenfermo (amén de la diabetes, la osteoporosis, el colesterol y la hipertensión son otros ejemplos).
La arrogancia de la medicina y la medicalización de la vida corren por el mismo e insano camino. Para desandar ese camino es menester cuestionar muchos de los dictados de las compañías farmacéuticas y no pocas de las afirmaciones de los doctores que trabajan para ellas.