por una nariz... ¿y después?
l senador y ex presidente de Chile Eduardo Frei Ruiz Tagle (hijo del también ex presidente democristiano Eduardo Frei Montalva, asesinado por la dictadura) posee un importante apéndice nasal y pronosticó con humor que ganará por una nariz
, como en una reñida carrera ecuestre.
Es muy probable. Sebastián Piñera, su adversario, en la primera vuelta llenó ya su tanque de combustible político sin obtener ni siquiera la cantidad de sufragios logrados contra Michelle Bachelet ni la suma de los conseguidos por Ricardo Lavín, pinochetista, y por él mismo, contra el socialista moderado Ricardo Lagos. Frei, en cambio, hasta ahora consiguió que, apretando los dientes y para que no gane la derecha, le apoyen no sólo los comunistas que votaron por el senador Jorge Arrate sino también buena parte de quienes habían votado por Marco Enríquez-Ominami en repudio a su política y a la de la Concertación. Las declaraciones de voto de Ominami y de Marco Enríquez-Ominami a su favor, para derrotar a la derecha, podría darle el uno o el uno y medio por ciento necesarios para que su nariz llegue primero en el fotofinish.
Ojalá sea así porque, si no lo fuese, después de la tragedia haitiana tendríamos que lamentar otro terrible desastre. En efecto, si la derecha ganase en Chile tras más de medio siglo, el conflicto con Bolivia se agravaría en vez de entrar en una etapa de distensión; se reforzaría el régimen de Alan García así como también el dispositivo reaccionario montado por Estados Unidos desde México, Honduras, Panamá, Colombia hasta Lima, y aumentaría aún más la presión para desestabilizar al gobierno argentino y a Lula y para derribar a Fernando Lugo, Rafael Correa, Evo Morales, Hugo Chávez y tratar de darle la puntilla a Cuba.
Pero la imagen de ese señorito amante del turf y de los caballos que es Frei revela la superficialidad con la que éste y la Concertación ven la contienda, la cual no es sólo electoral sino también una demostración del agudo conflicto de clase que se prepara.
Ya los obreros del cobre ganaron (a medias) su huelga y los maestros, profesores y estudiantes, por no hablar de los mapuches, se enfrentaron violentamente en repetidas ocasiones con el gobierno de la Concertación, esa alianza contra natura entre los democristianos golpistas que le abrieron el camino al golpe contra Salvador Allende y los allendistas de entonces, hoy empeñados en hacer olvidar su radicalismo de los años 70 aplicando políticas neoliberales. La mayoría de los jóvenes chilenos repudia a los partidos, a la Concertación, lo que ven como política y por eso ni siquiera se inscribieron para votar. Marco Enríquez-Ominami, socialista que fue diputado gubernamental, recogió precisamente ese voto ambiguo de casi 20 por ciento de los electores, o sea de quienes consideran que son todos iguales
y oscilan entre el voto nulo o la abstención aunque saben perfectamente que así le darían el gobierno a los que ya tienen el poder (es decir, a la derecha). De todos modos, como la política, al igual que la naturaleza, aborrece el vacío, a último momento, por suerte, la mayoría de ellos, posiblemente y tapándose la nariz, pongan un voto útil que no será de apoyo a la concertación
sino un apoyo al candidato menos peor para evitar la salida más siniestra. La Concertación podría lograr así una inesperada y salvadora suspensión de pena, pero eso no evitará que esté condenada
La política conciliadora, neoliberal, de los gobiernos de la Concertación, que perpetuó las rebajas de los salarios reales y la destrucción de las bases de la independencia económica de Chile perpetradas por la dictadura pinochetista, en efecto, no tiene apoyo popular y, además, hace aparecer como posible renovador nada menos que al hombre más rico de Chile, un pinochetista lo suficientemente inteligente como para no identificarse con la odiada dictadura y lo suficientemente conservador como para lograr el apoyo de sectores acomodados (o atrasados) de las clases medias.
Esa es la bomba de tiempo que deja Michelle Bachelet, torturada, presa, exiliada, digna, pero que nada cambió en el país, ni despertó esperanzas, ni movilizó voluntades juveniles. Se corre pues el riesgo de que si el caballo gris democristiano le ganase por una nariz al caballo negro proimperialista, todo el establishment, después del ¡Uf!
de alivio inicial, no vea lo que pasa en el país, ni a quienes exigen cambios sociales en los desorganizados sectores populares, pero también a los que reclaman mano dura en una derecha que está ganando base de masas. Arrate, que también fue militante de la Concertación hasta poco antes de ser candidato presidencial de los comunistas, y éstos mismos podrían vender su progenitura política por el plato de lentejas de su participación en el Parlamento, que está totalmente desprestigiado.
Entonces, ¿qué pasaría con los votos de repudio que canalizó Marco Enríquez-Ominami, los cuales podrían evolucionar tanto en un sentido anticapitalista como en una dirección anarcoide (el asco por la política
, el no nos interesa el poder
) e incluso hacia un fascismo social?
Nada garantiza en efecto que el hipotético milagro de la nariz larga
vuelva a producirse indefinidamente. Sobre todo si, con la continuación de la crisis mundial, se agravan las dificultades económicas de los chilenos pobres (la inmensa mayoría) y Washington mete más sus sucias manos en la política del Cono Sur. ¿Basta acaso un voto útil en favor de un personaje probadamente inútil para impedir que la bestia fascista levante cabeza? ¿Las maniobras políticas, los acuerdos y las mayorías parlamentarias –que no son más que sombras de las luchas sociales que se proyectan en la pared– pueden satisfacer la urgente necesidad de salir del pantano neoliberal pospinochetista o la enorme sed de cambios sociales y culturales?