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El anuncio de la catástrofe que vendrá si no frenamos el cambio climático paraliza quizá porque es la primera vez que nos enfrentamos al fin el mundo. Lo han anunciado antes pero ahora va en serio. Y como que no nos la acabamos de creer, como que no nos cae el veinte. Pero más vale que nos apliquemos cuando aún estamos a tiempo de ponerle remedio. Porque nadie lo va a hacer si no lo hacemos nosotros, los de a pie. Los gobiernos no sirven para eso. A la hora de la verdad, cuando hay que agarrar el toro por los cuernos, lo que cuenta es la gente. Para facilitarnos la tarea de salvar al mundo vale recordar otros temores y otras catástrofes. San Juan nos da su visión del Apocalipsis. La descripción de la gran inundación de 1729 viene en un viejo diccionario. Juan N. Adorno anuncia devastadores terremotos y nos recuerda que en vez de echarle la culpa a la naturaleza hay que conocer sus leyes y adaptarse a ellas. Pero es la crónica de Carlos Monsiváis sobre el sacudimiento de 1985 la que nos señala el camino: las sociedades se crecen al castigo y si hace 25 años los chilangos transformamos la tragedia en vislumbre de la utopía solidaria, ahora le toca a la humanidad ponerse guapa. |