a inclusión de Cuba en la lista de países que el Departamento de Estado califica de patrocinadores del terrorismo internacional
, a la que congresistas de derecha quieren agregar Venezuela, además de arbitraria e injusta, como afirmó el Ministerio de Relaciones Exteriores de la isla, es otro indicio de que con Obama persiste y se amplía lo que C. Wright Mills llamó la inmoralidad mayor
. Es decir, el ascenso de la cúpula castrense que, en medio de la crisis que abate la economía imperial, hace de la guerra y el narcotráfico el mejor de los negocios, convirtiéndose en un estrato capitalista que engrana intereses del alto capital con la política del sector militar, a la vez que acentúa el papel castrense en las decisiones de política exterior y de seguridad nacional.
La cincuentenaria y renovada embestida contra Cuba se inscribe en una amplia gama de operaciones del Consejo de Seguridad de Obama: esquemas de guerra psicológica de corte propagandístico-electoral contra fuerzas progresistas y nacionalistas de Latinoamérica, que incluyen la activa participación de grandes firmas (como la que protagonizó Halliburton de México durante el mandato Bush/Cheney en la campaña contra AMLO en 2006); de fundaciones, ONGs y del National Endowment for Democracy, vinculado al aparato de inteligencia, que también opera en la región con un notorio aumento presupuestal que, de 53, pasó a poco más de 300 millones de dólares, lo que dice mucho en tiempos de penuria económica.
El variado menú imperial contra gobiernos de centro-izquierda tiene platillos del poder suave
y duro
que incluyen intimidaciones como las de Clinton contra los que osan seguir políticas domésticas y externas soberanas, que recuerdan oscuras épocas de la diplomacia mundial, y también atroces operativos de terrorismo de Estado: ataques a civiles inermes usando tropas no oficiales
; golpes de Estado, como en Honduras (integrante de la ALBA) seguidos de brutal represión policial-militar y, como en Afganistán, con su dosis de ejecuciones extrajudiciales. Agréguese la proliferación de bases en Colombia y Panamá; la profundización de la campaña contra Venezuela y las violaciones de su espacio aéreo, así como frecuentes manoseos
en las relaciones cívico-militares sudamericanas por parte del Comando Sur, y se tendrán pistas sólidas de la continuidad con el atroz régimen Bush/Cheney. Se trata de una tendencia estructural signada por la aguda militarización de la política exterior y sus operaciones diplo-militares
, integrando los programas de intervención y ocupación que realizan el Comando Norte en México y Canadá, y el Comando Sur en América Central y Sudamérica: de ahí la semejanza con las operaciones de terror de Estado en Irak, Afganistán y Pakistán donde, como ocurre con el Plan Colombia, son endémicas las masacres de la población civil usando fuerzas paramilitares y ejércitos mercenarios que operan como firmas de seguridad
.
El asunto es grave: Estados Unidos es una potencia militar bajo fuerte crisis económico-financiera, energética, ambiental y de acceso a recursos naturales estratégicos, con inclinación a recurrir a los instrumentos castrenses para neutralizar su debilitamiento hegemónico, monetario y la competencia de otros polos industriales y geopolíticos en Europa y Asia, también ávidos de mercados y recursos naturales. Lo que coloca a la inmoralidad mayor
como amenaza de primer orden a la estabilidad y seguridad internacional, y por tanto en primer lugar de la agenda de las naciones, empezando por las de América Latina y el Caribe y de la Corte Penal Internacional.
Además de cerrar filas con Cuba y Venezuela, es crucial exigir el ingreso de Estados Unidos a la comunidad civilizada de naciones: los crímenes de guerra (Irak, Afganistán, Colombia…) se castigan bajo jurisdicción internacional. Para empezar, que Estados Unidos respete el derecho internacional y se someta, como el resto del mundo, a las Convenciones de Ginebra.
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