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Los maestros se ponen sentimentales
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Periódico La Jornada
Sábado 9 de enero de 2010, p. a15

Dos grandes maestros, dos nuevos discos.

Ambos dueños de prosapia, prestigio, obra recia realizada, entregan ahora obras intimistas, más personales que los proyectos que desarrollaron con anterioridad y que los ubicaron en la cúspide.

El maestro John Fogerty es conocido como el fundador de una institución: Credence Clearwater Revival, que luego devino Credence que luego devino fantasma, pues artimañas legales mantienen ese nombre como franquicia bajo la égida de oportunistas.

Recuperado del golpe, John Fogerty reconstruyó el camino. Volvió a sus raíces, cosechó lo cultivado en su etapa Credence y ahora presenta un disco que simboliza tal trayectoria: The Blue Ridge Rangers Rides Again.

Sin la última parte, Rides Again (cabalgan de nuevo), grabó un disco semejante en 1973, cuando sus querencias, congruencia, origen e intenciones se volcaban en el bluegrass (alimento fundamental del sonido Credence), el country, la música folk.

Eso, música folk es lo que contiene este nuevo álbum cuyos antecedentes fueron dinamita y que hemos reseñado en este espacio en su momento.

Contiene clásicos, como Back Home Again, de John Denver y Moody River, de Pat Boone, así como colaboraciones sensacionales como When Will I Be Loved, con El Jefe Bruce Springsteen.

Periplo similar presenta Mark Knopfler con su nuevo disco, Get Lucky: un retorno a sus inclinaciones líricas anteriores a su gran periodo de esplendor con Dire Straits.

Quien espere encontrar una continuidad de la energía voltaica que desplegó ese grupo, quizá se decepcione, aunque contenga atisbos de aquella estilística que marcó impronta: del track tres en adelante no escatima riffs, intervenciones solistas en ese sonido metálico inconfundible de su guitarra.

El gran acierto del nuevo disco de Knopfler es su retorno a sus raíces: música celta, impresa de manera inequívoca desde el primer track, un vientecillo suave y refrescante que responde a la raigambre cultural más intensa de este gran músico escocés.

Hay piezas rayanas en la saturación lírica, una propensión a la balada intimista que no termina de cuadrar en un músico que había encontrado, por supuesto: en la época Dire Straits, un equilibrio novedoso, original, de asombro y magia entre la potencia rítmica del rhythm and blues y los aires pantagruélicos de las canciones de espíritu poético.

Blues hay, y bueno: el tercer track es un blues con todas las de la ley, en el sentido clásico. En cuanto a la orquestación, no necesitaba tanta crema el maestro estando los tacos tan sabrosos. Arreglos sinfónicos, inspiraciones de gran banda, que terminan en mero adorno y artilugio. Un juego de abalorios.

Congruencia, eso sí, la hay todo el tiempo en este par de álbumes flamantes de dos grandes maestros.