las dificultades económicas que no sólo en el ámbito de la cultura artística sufrimos los mexicanos, se sumó la designación de personas de bajo perfil para encabezar las diferentes e importantes secciones de la administración pública. El Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) no podía escapar a esto con el añadido de que se violó su legislación. En efecto, la ley del INBA establece que será dirigido por un artista importante en ejercicio y, aunque no siempre ha sido así, al frente del instituto han estado personajes que al menos se han distinguido por su eficacia como promotores culturales. Ya la designación de la antropóloga Teresa Franco –de quien los que la conocen bien sostienen que es una interesada conocedora de las disciplinas artísticas– había despertado cierto rechazo de los gremios del arte, éste ha continuado con su remplazo por Teresa Uribe, de la que poco se conocía, excepto su gestión en el CECUT.
La doctora Franco, a su vez, nombró a Juan Meliá, que era director del Instituto de Cultura de León, Guanajuato, como Coordinador Nacional de Teatro del INBA una vez que Ignacio Escárcega presentó su renuncia al puesto. En el momento de su nombramiento, Meliá era un perfecto desconocido por el gremio teatral y varios lo impugnamos, aunque su cortesía personal ha ido diluyendo en la opinión de muchos la molestia por su nombramiento. No es un hombre de teatro ni por formación ni por trayectoria y si bien se sabe de su buena disposición, cabe preguntar que si se trata de descentralizar la cultura artística al nombrar a personas que se han desarrollado en los estados, por qué no se nombró a algún teatrista de las entidades que tenga prestigio en todo el país. Transcurrió el malhadado 2009 sin que se haya informado de planes y proyectos para los próximos años o siquiera para el que apenas empieza.
Y sin embargo se mueve. El admirable tesón de la gente de teatro hace que las funciones deban continuar a pesar de las dificultades cada vez mayores que enfrentan. Uno de los sucesos teatrales más importantes del año fue la puesta en marcha de la transfigurada Compañía Nacional de Teatro (CNT), que dirige Luis de Tavira, con varias obras de muy diferentes características en escenificaciones encabezadas por directores de varias generaciones, desde el indiscutible maestro que es Héctor Mendoza hasta el joven Mauricio García Lozano. La CNT suma a los montajes la edición de los textos, adaptados o no, en pulcros y económicos volúmenes que incluyen entrevistas hechas por la crítica y periodista Alegría Martínez a los autores (de estar vivos), los directores y los diseñadores, con lo que se tiene memoria del quehacer de la compañía, importantísimo y meritorio a pesar de los ataques que se le hacen, algunos de buena fe y de cara descubierta, otros mediante despreciables anónimos. Lo único que se le reprocharía es la brevedad de las temporadas que hace, aunque esto puede deberse a la carencia de una sede alterna de buenas proporciones, ya que el acuerdo que aparentemente se tiene con el Teatro de las Artes está en entredicho por la nueva gestión del CNA.
El teatro universitario de la UNAM, con la excelente dirección de Enrique Singer, puso en práctica, entre otras escenificaciones, el plan de contar con Otelo, de Wlliam Shakespeare dirigido por Claudia Ríos simultáneamente a Desdémona de Paula Volgel en dirección de Benjamín Caan al tiempo que se daban conferencias acerca del tema shakespereano, con lo que se cumplieron lo teatral y lo académico del verdadero teatro universitario, fenómeno que ojalá se repita. Por su parte, la UAM en la gestión teatral de Jaime Chabaud, intenta devolver algo de su brillo al Teatro de la Paz, de gran historial ya narrado por Sergio López en uno de sus excelentes libros y olvidado por varios lustros. Y los espacios independientes, como el Teatro Milagro, luchan bravamente no sólo por su supervivencia, sino por ser una opción verdadera de teatro de calidad y lugar en que se den a conocer nuevas tendencias dramatúrgicas y se reflexione en el quehacer artístico.