l simbolismo del vampiro es la gana de vivir y, mejor aún, del ansia de vivir para siempre. No lo logra del todo, pues vive a medias. En sentido estricto un vampiro no es un muerto, pero tampoco un vivo. Sus días, o mejor, sus noches, transcurren en esa zona intermedia entre la luz y la sombra para cometer sus fechorías. No es extraño que algunos lo describan con exactitud inverosímil como un no muerto
. Además, a diferencia de los hombres comunes, está condenado a existir en la penumbra, pues la luz del día literalmente lo atormenta y consume.
Por ese deambular entre las sombras, Carl Jung vio en el vampiro la encarnación de las pulsiones del inconsciente colectivo, del lado oscuro de los hombres. No es una locura suponer que, por vivir de la sangre de los otros, el vampiro sea también símbolo de que el individuo sólo existe cuando existen los otros. Sin los demás su existencia es humo, es polvo.
Aunque el mito del vampiro posiblemente se remonta al origen de la humanidad, según las leyendas del folclor sumerio, ruso, húngaro o alemán que se conocen, el culto a la sangre no es ajeno a la cultura occidental. ¿No es verdad que seguimos bebiendo la sangre del Mesías para alcanzar la eternidad?
Pero el origen del vampiro como lo conocemos es meramente literario. Fue tema de Voltaire, de Byron, del monje Agustín Calmet y de Bram Stoker, autor de Drácula.
Al escritor sueco John Ajvide Lindqvist debemos la más reciente historia de vampiros y la renovación del género. A diferencia de la literatura clásica al respecto, los protagonistas de Déjame entrar son dos niños que viven en las afueras de Estocolmo.
El erotismo que vislumbró Byron en la figura del vampiro alcanza en la novela de Ajvide Lindqvist momentos de tal intensidad que podría pensarse que es el motor de la historia. Si el erotismo es la sexualidad transformada por la imaginación, Eli, la vampira, y Oskar son los amantes perfectos, dispuestos siempre a dejar de ser para que el otro exista. No es casual que otros personajes describan a Eli como un verdadero ángel dispuesto a todo con tal de salvar al pequeño Oskar.
Pero así como Ajvide Lindqvist rompe con ciertas características del género, mantiene otras como la de que los vampiros sólo entran a una casa cuando son invitados (Entre usted libremente y por su propia voluntad
) o aquella otra de que el sol los debilita y, naturalmente, de que la sangre es su único alimento. Creo que en Déjame entrar se describen, como no se había hecho, la sicología y la sintomatología de la ingestión y ausencia de sangre en estos seres y lo que puede ocurrirle a cualquier vampiro que beba sangre contaminada por las drogas.
Pequeños capítulos de asuntos aparentemente independientes van contándonos una misma historia sostenida por el suspenso. Son tan claras las descripciones de lugares y acciones que Déjame entrar cuenta ya con su versión cinematográfica, que ha logrado lo que pocas películas en México: que vuelvan a exhibirse a petición del público.
Déjame entrar es una novela de suspenso y erotismo, del país de las sombras que a veces nos invade, del culto a la sangre como forma de vida, de vampiros a quienes consume el deseo y el sol, de crímenes y amores frustrados, de amigos y enemigos y de la certeza de que sólo somos si somos los otros.