n la historia de los bancos centrales, la crisis actual es un parteaguas. Por eso el proceso de confirmación senatorial de Ben Bernanke como titular de la Reserva Federal está siendo tan doloroso. Para finales de enero, el Senado deberá confirmar su nombramiento o regresarlo a su casa. El Comité de Bancos del Senado ya aprobó enviar su confirmación al pleno, pero hubo 30 por ciento de votos en contra. Lo más probable es que el designado de Obama sea reconfirmado, pero el debate promete ser muy intenso y no se descartan sorpresas. Bernanke podría acumular el mayor número de senadores en su contra en la historia de los presidentes de la Fed.
Sus amigos sostienen que su política monetaria salvó a Estados Unidos de la debacle. También se argumenta que este profesor de Princeton es un especialista en la Gran Depresión y conoce todos los errores que se cometieron en los años 30. Se concluye que es la persona idónea para ocupar el puesto al frente de la Reserva Federal.
Pero sus opositores piensan distinto. Bernanke estaba dormido en el volante cuando la economía estadunidense derrapó y se fue al barranco. Bajo su mando, la Fed falló en sus funciones básicas de supervisión y regulación, permitiendo continuar con una orgía de especulación, apalancamiento irresponsable y riesgo sin control. Además, en medio de sus aleluyas y alabanzas a los mercados desregulados y bien portados, Bernanke subestimó la gravedad de la crisis.
Las acusaciones contra Bernanke son graves. Bajo su mando, la Fed mantuvo la misma política de Greenspan, con tasas de interés muy bajas para salir de la recesión que había sido provocada por la burbuja del Nasdaq (1998-2000). Esa política monetaria relajada no se acompañó de inflación porque las importaciones provenían de países con un tipo de cambio subvaluado (en especial China) y eso mantuvo estable el índice de precios. Pero esa postura de la Fed bajo Bernanke sí provocó una fuerte inflación en el precio de muchos activos, en especial en el sector de bienes raíces. Además, como el sistema regulatorio de los bancos y del sector financiero ya se había erosionado, ya estaban dadas todas las condiciones para que el sistema crediticio sufriera el colapso que conocemos.
Así que la responsabilidad de Bernanke está fuertemente comprometida en la crisis. El enojo de muchos es justificado: la debacle trajo consigo la desaparición de más de 7 millones de empleos, la pérdida de casas en juicios hipotecarios y la evaporación de fondos de retiro de millones de personas.
Aunque la reacción de Bernanke frente a la crisis es mencionada como uno de sus aciertos, aquí también hay dudas. El ex profesor de Princeton ha sido responsable de aplicar un rescate financiero de 3 billones de dólares, prácticamente sin supervisión o vigilancia del Congreso. Los funcionarios de la Fed se han negado a divulgar nombres de instituciones que recibieron 2 billones de dólares de préstamos de emergencia. Los críticos de Bernanke consideran que la presente administración de la Reserva Federal se ha extralimitado en sus atribuciones, lo que es un reproche sin precedentes históricos en Estados Unidos.
Cualquiera que sea el veredicto final sobre la confirmación de Bernanke, lo cierto es que la crisis ha aclarado varias cosas. Para estas alturas, la idea de que la política monetaria sólo debe ocuparse de la lucha contra la inflación debería ser relegada al museo de ideas inútiles. Las burbujas, los ciclos económicos, el empleo y el funcionamiento del sistema financiero deben ser parte de una visión más amplia de lo que puede y debe llevar a cabo el banco central.
Un corolario de lo anterior es que la autonomía del banco central debe ser revisada urgentemente. Esa noción sólo se justificaba en el universo mítico de los mercados bien portados en el que las decisiones del banco central eran ciento por ciento técnicas. En el mundo real de la crisis, de la lucha contra los efectos más negativos del ciclo económico, en el contexto de los rescates bancarios y de la flexibilidad cuantitativa de la política monetaria, las decisiones del banco central son eminentemente políticas y no pueden dejarse en manos de un comité de expertos
con conexiones más o menos fuertes (y opacas) con el mundo financiero.
En México el señor Carstens fue nombrado gobernador del Banco de México a pesar de haber aplicado desde la Secretaría de Hacienda la peor respuesta posible en una recesión. Sus aumentos de impuestos y el recorte del gasto público profundizaron la crisis y van a extender sus efectos en el tiempo. Claro, el Congreso federal aprobó el paquete fiscal y eso lo convierte en corresponsable del desastre por el que atraviesa la economía mexicana. La confirmación de Carstens demoró cuatro días y el debate fue remplazado por una vulgar ceremonia de entronización. Es uno de los mejores testimonios de la desintegración del Estado mexicano. Con estos enemigos del pueblo, el corte de caja en el banco central es un mal presagio para 2010.
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