Otro año de espaldas
os países secuestrados, los que compraron la idea de progreso y modernidad si se aliaban con los Estados Unidos y ponían todos los huevos en su canasta, mantienen su frágil equilibrio en la invasión de vulgaridad y en la falta de crítica, al grado de borrar de su memoria toda referencia histórica propia y de aceptar cuanto se les ofrece como único o como de primera, aunque diste de serlo.
La fiesta de toros no supo quedar al margen de este secuestro económico-cultural y un creciente movimiento antitaurino internacional, tan infundado como eficaz, gana terreno sin que en ningún país los aficionados ni los directamente involucrados opongan posturas sólidas.
Esta indiferencia generalizada hacia los ataques cada vez más frecuentes de animalistas organizados y patrocinados, antes que suficientemente informados acerca del fenómeno taurino y sus múltiples implicaciones, tiene un lamentable trasfondo.
Allá en su fuero interno la afición pensante reconoce, aunque no lo diga, que ante la realidad de una fiesta sin grandeza cuyo antojadizo entramado empresarial apenas la toma en cuenta, poco o nada queda por defender de una tradición centenaria que, en lo que respecta a México, ha ido perdiendo trascendencia y ganando irrelevancia, gracias a una fórmula generalizada: convertir bravura en repetitividad dócil, conseguir con ésta faenas de relumbrón, no efemérides memorables y referenciales, y evitar sistemáticamente el surgimiento de nuevas figuras con espíritu de competencia y capacidad de convocatoria.
Estas políticas empresariales de espaldas a la afición y al público que posibilitaría un espectáculo transparente y no con utilidades extrataurinas, son la causa de que por lo pronto ni en Barcelona ni en la ciudad de México se perciban reacciones serias por parte de los interesados en defender lo que de la fiesta de toros va quedando. Este ninguneo recíproco hace que la expresión tauromáquica se diluya entre la negligencia de unos y otros.
Ojalá el problema de la fiesta de toros en el país se redujera al Distrito Federal y sus acumuladas negligencias taurinas –jefe de Gobierno, delegado, comisión taurina, jueces, empresa, ganaderos, matadores, subalternos y crítica especializada–, pero lo grave es que en los estados las empresas locales acusan similar comportamiento y a la calmuda Espectáculos Taurinos de México (ETMSA), que maneja las nueve plazas más importantes del país, la tiene sin cuidado lo que haga o deje de hacer la Plaza México.
Ante esta inexcusable desunión y falta de voluntad para coordinar esfuerzos por parte de las empresas, cada quien se encierra en su propia incapacidad, mientras matadores y novilleros con madera, no obstante haber triunfado en el coso de Insurgentes, siguen sin torear o toreando apenas lo mínimo, pues ya se sabe que hay países tan mágicos donde los toreros no se hacen toreando sino rumiando su frustración.
Mientras tanto coletas con merecimientos para hacer el paseíllo en la México contemplan impotentes como la empresa repite hoy a un torero español desconocido al lado de dos diestros que si les embiste un toro pueden mostrar su gran potencial: Fabián Barba y Miguel Ortas, quienes con Morenito de Aranda lidian una bien presentada corrida de Santa María de Xalpa, ganadería que obtuvo importante triunfo el jueves 31 en San Miguel de Allende, con una gran tarde del desaprovechado Marcial Herce.