En recuerdo de Amália Rodrigues
ace diez años, por octubre, en nuestro diario apareció una muy breve nota de agencia. En ella se daba cuenta del fallecimiento y ceremonias fúnebres de una muy bella mujer de voz extraordinaria, Amália Rodrigues, cantora, aunque no sólo, de fados. Me sorprendió, en cierto modo me incomodó, tal brevedad, incomodidad que desapareció con la lectura. En esa brevedad se destacaba que los funerales habían sido los más concurridos en la historia
de Portugal.
Con motivo de ese aniversario la dramaturga Leonor Azcárate tuvo la iniciativa de estructurar, a partir sobre todo de la biografía de la cantante escrita por Victor Pavâo do Santos –si bien se consideraron otros textos, notoriamente uno de Elena Poniatowska, sobre la vez que, sin saber mayor cosa de la lisboeta, decidió entrevistarla–, un recital con flashazos sobre o hacia la vida de Amália, quien es interpretada por María Clara Zurita en la edad adulta, por Mariana Azcárate cuando niña, y por Itzel Rodríguez como cantante (en la primera presentación, con motivo de la reapertura del Teatro Rodolfo Usigli, Helena Pata, quien también colaboró traduciendo algunos textos).
El espectáculo, llamado La reina del fado, formó (en noviembre) parte de la cuarta Muestra de Artes Escénicas de la Ciudad de México y la semana pasada tuvo, en el mismo sitio, dos presentaciones más. Actúan también Alejandra Sordo o María Muro, Édgar Muñiz, Jaime Meza y Leonardo Saavedra. El acompañamiento musical está a cargo de Héctor Fierro, Jasiel Hernández, Francisco Bringas, Kátsica Mayoral y Josué Vergara.
Un trabajo sentido, emotivo, gozoso; un homenaje nada pretencioso, en cierto modo elemental, pero que mantiene atenta la sensibilidad del espectador, del auditorio que, agradecido, aplaude casi cada canción (alguna no, pero porque da más la impresión de ser parte de la trama que del recital mismo –una muestra de respeto) y termina al final arrojando al escenario los claveles con que a la entrada se le recibió.
Desde luego, interpretar, interpretar a fondo, a una (o a un) gran artista no es nada sencillo. Cuántas veces el cine nos ha dado muestras al respecto (por cierto que en abril se estrenó en su país, una película sobre la Rodrigues, quien también hizo cine; aun cuando no parece que le haya ido muy bien con la crítica, ojalá podamos verla). Pero el cariño y la admiración con la que el espectáculo se ha puesto en escena, se actúa y se canta, hacen de este trabajo algo no sólo respetable, sino querible.
Entiendo que en febrero será repuesto.