as fiestas se tiñeron de rojo y las victorias se volvieron pírricas. La celebración llevó a una cadena negra de funerales y la secuela de la muerte del capo nos pone una vez más de cara a lo peor de la campaña iniciada en diciembre de 2006: desde diversas fuentes, ninguna de ellas expresa pero insistentemente ligadas a la Armada de México, se habla de una infiltración del Ejército Mexicano nada menos que en su sección segunda, donde se hace y teje la inteligencia de nuestro máximo cuerpo de seguridad y defensa.
Sea como vaya a ser, la embestida de Cuernavaca no arroja más saldos que los muertos, las fotos ignominiosas y una descalificación grave en extremo de las fuerzas combatientes. Nada que festejar y sí mucho que preguntarse y preguntarnos sobre si ha valido la pena declarar una guerra en falso no por otra cosa sino porque el enemigo no viste de verde o de azul, no tiene rostro más que cuando se nos ofrecen los ajusticiamientos o una que otra detención, nunca como cuenta de inversión o corriente, mucho menos como transferencia desde o hacia el exterior.
Todo lo que brilla en esta cruzada no es oro sino lodo y por ahí va la marcha toda de la nación, mientras los empresarios de la tinta se frotan las manos ante los contratos mil del año que entra. Jugar a los soldados no resulta, porque para empezar los soldados de carne y hueso desertan o viven la zozobra cotidiana sin nadie que los llore, los premie, los cubra. Todo es a descubierto, a marcha forzada sin rumbo fijo ni enemigo visible al frente, pero indefectiblemente a través de comunidades y poblaciones, alcaldes y secretarias de juzgado o ayuntamiento, que purgan cárcel sin prueba suficiente y sólo dejan una estela de malhumor, descontento y encono contra el mal gobierno que ya tiene demasiadas fases y no permite opción alguna.
Las deudas que va a dejar este gobierno son irredimibles, salvo que la sociedad civil y no tanto se aboque a un ajuste profundo de las formas de gobierno que sin consulta alguna se impusieron con el paso del tiempo. La alternancia ya no tan famosa, que Vicente Fox convirtió en capital especulativo, más tóxico que los subprimes de Wall Street, se disuelve en el aire mientras sus usufructuarios nos someten a la peor y más convulsa de las incertidumbres. La realidad es que el panismo ha sido incapaz de darnos un orden democrático y que en su alianza con el PRI no ha hecho sino reeditar la peor manera de gobernar en clave corporativa, sin organismos de masas pero sí con todas las mafias que en el mundo ha habido.
La coalición que manda y goza este estancamiento estabilizador orquestado por Francisco Gil Díaz y su discípulo Agustín Carstens, nos hace saber que la crisis o lo peor de ella pasó. De ahí la promoción del secretario de Hacienda a su beca multianual en el Banco de México y los reacomodos subsecuentes con los que el presidente Felipe Calderón quiere hacernos creer que gobierna y manda.
Sus propuestas de reforma política pueden haber sido vistas por un instante como históricas y valientes, pero la realidad inclemente que se abre paso a través de las fiestas y los menguantes aguinaldos les impone un cruel mentís y pone contra la pared a esta extraña, un tanto contra natura, forma de gobernar que el priísmo encontró para reproducirse.
Tan mal estamos, que los veredictos inconmovibles de nuestra dura historia, como el Estado laico, son convertidos por el PRI en moneda de cambio y la jerarquía católica toma la plaza, nada menos que encabezada por el campeón del bien hablar y el mejor ganar, don Onésimo Cepeda, de Ecatepec.
Mala temporada para el país de Juárez y Cárdenas, a una semana de que empiecen las conmemoraciones y alguien por ahí nos llame a celebrar.