La búsqueda de los restos del poeta español Federico García Lorca ha estado envuelta, desde el principio, en una polémica sobre la pertinencia del proyecto, e incluso sobre la exactitud con que la han llevado a cabo sus responsables.

El pasado viernes 18 de diciembre, un grupo de científicos informó que en la localidad andaluza de Alfacar, donde por mucho tiempo se creyó que descansaban los huesos del autor de La casa de Bernarda Alba, no había ni rastro del poeta. Ni siquiera ropa o casquillos de bala.

La teoría comúnmente aceptada durante años indicaba que Lorca había sido fusilado en 1936 por las tropas franquistas en Alfacar, cerca de su natal Granada, y luego arrojado en una fosa común junto con otras tres personas, pero luego de dos meses de exhaustivo trabajo arqueológico, se anunció que en dicha zona no se encontró ningún ser humano enterrado.

Después del desengaño, ha habido varias hipótesis sobre el destino del cuerpo. Algunos historiadores dicen que el poeta sí está en el parque andaluz, pero en otra parte. Otros más sostienen que los familiares de Lorca exhumaron el cuerpo en secreto y después lo llevaron a casa de uno de sus parientes, para mantener el secreto eternamente.

En el debate no han faltado recelos y sospechas contra los descendientes del poeta, a quienes algunos sectores acusan de estar bloqueando deliberadamente la búsqueda. También se han escuchado voces que cuestionan el proyecto, por considerar que los restos de Lorca no tienen importancia en comparación con su obra.

La perspectiva de seguir buscando en Alfacar –lugar que sigue siendo considerado por los expertos como el más probable destino final del poeta– es complicada: los arqueólogos hicieron una excavación minuciosa en 270 metros cuadrados, pero en todo el sitio se calcula que puede haber más de mil cuerpos en fosas comunes.