os resultados de la reunión sobre cambio climático, que trata de reducir el calentamiento global, han dejado tras de sí un frío que se suma al del invierno en Copenhague.
Escencialmente la paradoja es política, según parece. Muchos científicos aseguran que debe haber un cambio decisivo en el uso de los combustibles fósiles, que provocan un alto riesgo climático. Los empresarios de tecnologías de energía renovable sostienen que con su uso eficiente, éstas podrán sustituir los combustibles fósiles.
El calentamiento global, que podría ser de 3 grados hacia la mitad del siglo (respecto de lo que se considera como su nivel preindustrial), tendría efectos muy severos; por ejemplo, en las poblaciones de tierras más bajas, como consecuencia de inundaciones por el aumento del nivel del mar; cambios en las precipitaciones de las lluvias, afectando la producción agrícola y otras repercusiones atmosféricas, y desaparición de numerosas especies animales.
El reconocimiento explícito de este proceso en términos políticos ocurrió en Río de Janeiro en 1992, en la Cumbre de la Tierra, en la cual se trató la concentración en la atmósfera de los gases de efecto invernadero. Luego en Kioto, en 1997, las negociaciones plantearon reducir las emisiones de seis gases –entre ellos el CO2– al menos 5 por ciento respecto del nivel de 1990, entre 2008 y 2012.
El compromiso de Kioto fue muy limitado. En principio se aplicaba a los países industrializados, pero quedó fuera Estados Unidos, que entonces era el primer responsable de las emisiones globales, y ante el desinterés del gobierno de George Bush por alterar la dependencia energética del petróleo. Así, quedaban exentas las naciones emergentes, como China, –que es ya el primer emisor del planeta– Brasil y Rusia.
Se llevaron cuatro años en producir un texto para fijar las reglas de operación de Kioto, pero sin el concurso de Estados Unidos y China, que emiten 40 por ciento de dichos gases a escala global.
En 2007, la cumbre de Bali se proponía estabilizar la concentración de CO2 en 450 partes por millón, lo que se estimaba podría hacer que la temperatura no se elevara más de 2 grados en las siguientes tres o cuatro décadas. Allí se propuso un plan de acción, que daba 2 años para aprobar un programa global para controlar las emanaciones, y así se llegó a Copenhague y la urgencia por alcanzar algún acuerdo.
Dicho convenio habría de comprender cuatro cuestiones: recorte de emisiones, adaptación a los procesos en curso que no pueden detenerse, creación y uso de tecnologías alternativas, y formas de financiamiento.
No se trata, pues, de cuestiones solamente técnicas. Es un asunto complejo de economía política. Las industrias de combustibles fósiles reciben subsidios anuales de los gobiernos por alrededor de 72 mil millones de dólares. Eso repercute de modo adverso en la relación de los precios relativos encareciendo las tecnologías alternativas. Los intereses económicos de la industria petrolera y sus derivados son muy grandes, y enredada la trama con el poder político.
Se ha dicho que el planeta es de todos y que no puede posponerse la acción contra el cambio climático. En principio eso es cierto, pero lo que no puede obviarse es la realidad de la enorme desigualdad entre la población. Eso no sólo ocurre entre naciones ricas y pobres, sino de manera esencial en cada uno de los países.
Mientras las naciones ricas puedan desplazar las repercusiones adversas del cambio climático hacia los más pobres, lo harán. Mientras se puedan desplazar sus efectos a ciertas comunidades, como ocurrió en Nueva Orléans, se hará. Existen incentivos de muchos tipos para que esto siga ocurriendo, así como para concentrar los efectos favorables de los acuerdos limitados a los que se han ido llegando. Ningún gobierno quiere hoy sacrificar la posibilidad de crecimiento de mediano plazo por cuestiones asociadas con el cambio del patrón energético en la acumulación de capital.
Por otro lado, las nuevas tecnologías y su financiamiento ofrecen grandes oportunidades de negocio. El sistema financiero en el mundo está hoy bastante golpeado y no es descartable que una nueva ola de especulación se concentre en esta área de la economía y que, según algunos cálculos, podría representar más de un par de billones de dólares.
Estamos, pues, ante un dilema. Hay necesidad de acuerdos colectivos de naturaleza política para frenar el cambio climático global que afecta a todos. Hay también condiciones que tienden a orientar dichas acciones para generar beneficios bien delimitados que se asocian con las ganancias financieras y la concentración del poder en el mundo. El conflicto podría derivar en mayor enfrentamiento bélico; sólo hay que pensar en las disputas por el agua.
Mientras tanto, en Copenhague no se avanzó en la dirección ni en las acciones esperadas. Los pactos entre Estados Unidos y China no compensan la falta de acuerdos entre las partes para enfrentar un asunto de relevancia global. Marcelo, en Hamlet, ya lo dijo: algo está podrido en Dinamarca.