ontraria a la costumbre extendida de tratar el tema de madre e hija como una confrontación en que casi siempre pierde la progenitora, culpada de todas las deficiencias, traumas y mala suerte de la hija, Campo de estrellas –afortunado título tomado de la astronomía– es un amoroso homenaje a la señora Jayne Martin Jenkinson Grey cuya hija, la estupenda actriz Margarita Sanz, emprendió gracias a la escritura de la dramaturga, maestra emérita y novelista Luisa Josefina Hernández. El tema de la obra es la lenta recuperación moral de una hija ante la muerte de la madre, sustento principal de su proyecto de vida, y la certidumbre final de que ésta no ha desaparecido ni dejará de estar mientras sea recordada. Luisa Josefina puebla el mundo de la actriz con otras mujeres, todas personajes dramáticos, que irán apareciendo en sus recuerdos, sin un orden lineal, a veces ligados a los amores, desamores y pasión por el teatro de la actriz que es también protagonista a veces en momentos de alegría contagiosa, a veces mostrando un dolor o una miseria semejantes a las de quien las contiene.
Margarita Sanz no sólo actúa sino que codirige con Gerardo Trejoluna, quien se dio a conocer como actor y músico con muchas facetas gracias a su extraordinaria participación en Autoconfesión a pesar de que el enfoque que le diera quien lo dirigió impidió seguir el texto de Peter Hanke. En un extraño espacio diseñado por ambos directores, con objetos y mobiliario dispersos que lo mismo aparecen en el recuerdo que posibilitan los cambios de atuendo –con vestuario diseñado por Cristina Sauza– y personaje, y con las proyecciones de cielo estrellado y cambiante –debido a José Luis García Nava y a Anni Garza Lau– la actriz se desdobla en hija y madre, proyectando voz y gestualidad según se trate de una u otra, sin mayores apoyos externos. Cuando la hija, agradece el apoyo que la madre le dio para que siguiera la carrera de actriz que le permite ser varias mujeres, la Galaxia que las contiene
, lo que ayuda a superar su duelo.
Algunas de esas mujeres en que se convierte con pura actoralidad son La señorita Julia y el Espectro de Sonata de espectros, ambas de Strindberg, y canta con gracia y picardía un pequeño fragmento de La duquesa de Bal Tabarin con música de Leo Bard. Con ayuda de vestuario y caracterización, es La Celestina de Fernando de Rojas, y sólo con actitud se convierte en la señora Alving de Espectros en Hedda Gabler, y en Nora de Casa de muñecas las tres más relevantes figuras femeninas del universo ibseniano. Las conversiones de un personaje en otro son sugeridas por los cambios de luz que la iluminadora Julia Reyes Retana diseñó, por los movimientos del video y a veces, excepto cuando se trata de ella misma y la madre a la que recuerda, por añadir o quitar una u otra prenda. Sobre todo por las entonaciones de voz y gesto, tanto facial como corporal, con que se identifica con todas las mujeres, ella misma en primer lugar, que la dramaturga hizo que la habitaran.
También música, como su codirector, Margarita canta lo mismo la canción de Solveig que Edvard Grieg compusiera para Peer Gynt de Ibsen que las populares Muñequita linda de María Greever y Noche de ronda de Agustín Lara, todos fragmentos con arreglos de Omar Guzmán, el autor de la música original. Canta y toca el arpa con composiciones de ella misma y juega con sonidos chistosos, como los que se supone que emite la muñeca de trapo con la que dialoga en uno de sus recuerdos infantiles. Muchos de esos extraños ruidos sirven de ruptura cómica, a la par que muestran las capacidades de la garganta de esta dotadísima actriz a la que recordamos por otras memorables actuaciones y a quien ya extrañábamos en alguno de nuestros escenarios. El presente artículo cabalga entre dos fechas y dos teatros, porque ya cumplida su corta temporada en el Sor Juana, al que no volverá porque se da mantenimiento a los recintos culturales de la UNAM, Campo de estrellas irá, se me dice, al Centro Cultural Helénico en una fecha que esperamos próxima.