e acumulado en un cuaderno viejo algunas notas relacionadas con el tema del sufrimiento, no de la especie humana, sino de la persona, sobre todo la que ve amenazada su cotidianidad por el dolor o por alguna merma física.
Mis notas, mis reflexiones acerca del sufrimiento, son ajenas a cualquier religión. Provienen de diálogos con alumnos, con compañeros y con lo que expresan algunos pacientes. Por supuesto existen también ideas que entresaco de libros. Aunque no son muchas, creo que son interesantes. Por ahora no son suficientes para escribir un ensayo; son, en cambio, útiles para trazar unas notas sobre otras notas.
Notas sobre otras notas es un ejercicio frecuente. La mayoría de las personas lo hacen, algunas las escriben, otras no; hay quienes son conscientes de esa trama, otras no; algunas las repasan para mirarse o para fundamentar nuevas notas: todos las utilizamos como fuente de experiencia y discusión.
El dolor es el tema predominante cuando se reflexiona sobre el sufrimiento. También es la vivencia que se repite con más frecuencia cuando se habla de la muerte o de las pérdidas. Es, de hecho, la palabra más común en la consulta médica. No creo que exista un contador de palabras
en poesía, pero, sin duda, dolor sería una de las que sobresalen. La razón es simple: el dolor esconde una o muchas sabidurías. Una es salud. Otra es el lenguaje del cuerpo. Una más es el quebranto de la vida. Siempre es el miedo y el hastío. Otra es las razones de la enfermedad y las posibilidades de la medicina. Y una más, la fundamental, es la nueva relación entre el yo de antes –el sano–, el yo de ahora –el enfermo–, y el mundo que, aunque sigue siendo similar al de antes y parecido al que nos alberga, ha cambiado en función del yo tocado por la enfermedad.
El dolor induce cambios: quienes lo padecen modifican su relación con ellos mismos, con el entorno, con el prójimo e incluso con la sociedad. Ésa es una de las sabidurías, no necesariamente positivas, del dolor: transformar todo lo que sea susceptible de cambio para acomodarse lo mejor posible en la nueva realidad. La nota, el dolor esconde una o muchas sabidurías, se concatena con la siguiente.
Muchos enfermos, después de algún tiempo, asumen que el dolor es un suceso de la existencia. El lenguaje del dolor, aunque suele ser rico, confronta a quien lo padece con la realidad corporal, plana cuando impera la salud, irregular cuando se instala la enfermedad. Quien lo vive tiene que reinterpretar la nueva realidad y su propia existencia con palabras conocidas, o con los gestos que le permitan entender lo que ahora percibe, pero que carece de nombre por ser una experiencia nueva. Debe hacerlo desde otro lugar: el dolor asesina el lenguaje.
Y sí: El dolor es un suceso de la existencia. La identidad cobra otros matices. El dolor erosiona vivencias, querencias, lugares y memorias. El dolor confronta: debe lidiarse con deseos que no se cumplirán y luchar contra la aparición de imposibilidades físicas. Ese suceso obliga al individuo a rescribir algunos fragmentos de su existencia, y, en algunas ocasiones, se convierte en razón de vida. En La enfermedad y sus metáforas, Susan Sontag, enferma de cáncer, lo expresó con maestría: La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar
.
La patología, como suceso de la existencia, invita a las personas a escribir muchas notas. Los enfermos se convierten en otro dentro de uno mismo
y miran la vida por medio del prisma del dolor. De esa mirada nueva, de ese caleidoscopio, surgen muchos caminos, algunos devienen curación, otros suicidio, otros aceptación, no pocos literatura. El otro dentro de uno mismo
tiene la necesidad de mirar de otra forma, de palpar distinto, de escuchar por medio de otros tonos. Ese nuevo pasaporte le facilita al enfermo interactuar con los elementos de su nueva realidad. Esa identidad modificada
les permite a algunos escribir acerca de, las pequeñas certezas de la suerte de vivir
, y, a otros, los obliga a mirarse por medio de lo que escriben: la oscuridad, aunque musita, nunca tiene voz
.
Todos guardamos algunas Notas sobre otras notas. Las que hablan sobre el dolor son magníficas. Gracias a ellas uno sabe las razones por las cuales nos persigue nuestra propia sombra.