n uno de los discursos que pronunció en Estocolmo Herta Müller como Premio Nobel de Literatura 2009, dio al pañuelo una nueva dimensión. Según cuenta, todas las mañanas de su infancia, antes de irse al colegio, su madre se cercioraba de que llevara consigo un pañuelo. La situación política de su país era, por decir lo menos, tirante opresora, represora, pero lo era aun peor para su familia, de integrantes de la minoría alemana en Rumania, de modo que salir de su casa era exponerse a ser detenida o hasta muerta. Desde entonces, Müller depositó en el pañuelo el papel de amuleto. Si lo llevaba en el bolsillo, regresaría a casa, libre y viva.
El uso que se ha dado al pañuelo en la Historia es antiguo, pero no muy variado. Creo que empezó entre los campesinos europeos, como medio de protegerse la cabeza del sol, y supongo que a partir de esta utilización los cantantes empezaron a atárselo alrededor del cuello, también a manera de protección, sólo que en contra del viento y el frío. Para la mujer, como para el vaquero del oeste estadunidense, ha sido siempre elemento de adorno, y sé que existe por lo menos un baile tradicional que también lo utiliza como símbolo, la cueca, de Perú. No sé en qué momento agitar un pañuelo blanco en una guerra adquirió el significado de petición de paz. Que Pavarotti lo llevara en la mano al salir a escena llegó a ser característico suyo, aunque nunca he sabido que hubiera quien interpretara este antojo o excentricidad como el equivalente sofisticado del conocido trapo que acompaña a los niños pequeños, supuestamente porque les da seguridad (para mí era imprescindible que el trapo fuera de seda, porque la compañía que buscaba mediante él era el sonido particular que se producía cuando lo frotaba). En un momento dado, por supuesto, el uso del pañuelo adquirió el sentido higiénico que se le ha otorgado de sonarse la nariz con él, o secarse el sudor de la frente. Además, el pañuelo no ha dejado de tener un halo romántico, el perfumado que una mujer le regala a un hombre, o el que el hombre le facilita a la mujer para que se seque con él las lágrimas, por no mencionar el que desata los celos de Otelo al grado de hacerlo matar a Desdémona, su mujer, antes de matarse él, tras darse cuenta de que ella no había sido en absoluto culpable de despertarle los celos a través del juego que les juegan a los dos con un pañuelo. En todo caso, dotar al pañuelo con las propiedades de un amuleto nace en uno de los discursos que Herta Müller pronunció con motivo de su recepción del Premio Nobel de Literatura 2009.
Aparte de agradecer a Müller la nueva dimensión del pañuelo como amuleto, quiero agradecerle también su atrevimiento por haber sido femenina en una ocasión tan solemne como debe ser esa ceremonia de premiación, porque sólo una mujer femenina podría centrar semejante discurso en el recuerdo de un consejo materno (Me gustaría leer todos los discursos de agradecimiento que han escrito los premiados con el Nobel y confirmar mi supuesto, o desmentirlo).
La expresión el mundo es un pañuelo
quiere decir que por amplio que sea es pequeño. Se emplea cuando nos encontramos a un conocido en un lugar insólito, por ejemplo, o al enterarnos de que nuestro vecino es pariente de nuestro mejor amigo de infancia. Así que puede ser que por lo menos en esta frase la lengua castellana refleje algo de la seguridad que Müller confiere al pañuelo como amuleto consolador o incluso redentor. Si el mundo es un pañuelo, por pequeño, porque todos estemos relacionados y porque sea posible que en cualquier lugar nos encontremos con algún conocido, no estamos solos.
Quería escribirle una carta de admiradora a Herta Müller y agradecerle haber deseado en sus oraciones un pañuelo a sus lectores. El pañuelo que me deseó a mí es México, pero cuando lo doblo se vuelve el Distrito Federal. Tiene bordado en una orilla el nombre de pila de mi madre, y comoquiera que sea yo tampoco salgo a la calle sin él. Pañuelo de algodón, de lino, de papel, pañuelo de seda. A veces me cubre la frente y la cabeza deja de dolerme. O me tapa los ojos y es un paño húmedo y caliente. Si me resguardo con él la boca no digo tonterías. Si lo enredo alrededor de mi garganta canto Las golondrinas, aunque llore. Me seco las lágrimas con el pañuelo que tomo del bolsillo sobre mi corazón.