George Balanchine, en la UNAM
l coreógrafo George Balanchine ha tenido fuerte presencia en la sala Miguel Covarrubias en las piezas que a través de los años ha escenificado el Taller Coreográfico de la UNAM, dirigido por la maestra Gloria Contreras, y el pasado fin de semana con la Compañía Nacional de Danza (CND), que presentó Serenata y Tema y variaciones, lo cual no deja de ser sorprendente.
Afortunadamente han cambiado los tiempos desde aquella época en que, al frente del departamento de Danza de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), crear vínculos entre la CND, del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), con Vázquez Araujo al frente, y Gloria Contreras, con su TCU, me costó buen trabajo, pues quisquillosas rivalidades entre ellos impidieron por años una política amplia de puertas abiertas, sin exclusividades ni preferencias
.
Sin embargo, se logró no sólo presentar la joven danza mexicana, hoy afamados creadores y cuerpo de una nueva era, sino también programar algunas funciones de la CND en aquel inolvidable recinto, como parte de la incesante y abundante programación de la danza mexicana e internacional –memoria que parece haberse borrado del esponjoso cerebro de la burocracia– y de aquellos grupos que bajo el cobijo del subsidio universitario no deseaban la menor sombra para su eternamente dudosa calidad protegidos por la grilla sindical.
Lo importante ahora, ante la falta de teatros por las obras remodelación en el Palacio de Bellas Artes y un enfoque renovado y diverso sobre la difusión de la danza mexicana, es que la gente puede bailar en cuanto espacio sea posible. De este modo es muy agradable para el público universitario poder apreciar dos importantes obras de George Balanchine, quien fue bailarín de Le Ballet Russe de Diaghilew de principios del siglo XX.
Serenata y Tema y variaciones, obras esquemáticas del neoclasicismo impulsado nodalmente por Balanchine, formaron con Rara Avis, de corte realista, del coreógrafo cubano Alberto Méndez, el programa que el INBA y la UNAM ofrecieron el 4, 5 y 6 de diciembre en la sala Miguel Covarrubias, y déjenme mencionar que tuve el placer de echar a andar como la parte correspondiente de Difusión Cultural de esta gran casa de estudios, y la danza.
El estilo neoclásico surgió de la necesidad de Balanchine, y subsecuentes coreógrafos, de voltear los pies, doblar el torso y cambiar los braceos y movimientos rigurosamente tradicionales, o clásicos
del código del ballet académico. Inventan nuevas posiciones y movimientos. Es como quitar cadenas y ataduras al cuerpo sin dejar de usar esa arquitectura básica del lenguaje del ballet clásico.
El uso de unas simples mallas, al principio sólo negras, desvirtuando el inefable empleo del tutú en las mujeres y camiseta blanca en los varones, también distintivos del tono Balanchine, dotó por décadas al New York City Ballet y su American Ballet School, así como del semillero de un portentoso movimiento de ballet moderno en toda concepción, que coronó a grandes bailarines y bailarinas de la historia de la danza. Grandes estrellas, porque ahí se dan estrellas que recorren el mundo con la bandera de un ballet el día de hoy ya superado, pero siempre extraordinario.
Alberto Méndez es uno de los coreógrafos más talentosos y significativos del repertorio del ballet cubano. Sobrio, elegante y preciso, capta con maestría la belleza, el carácter y la dificultad técnica, sólo para bailarinas muy logradas, en su Rara Avis, el espíritu de aves magníficas, maravillosamente humanizadas.
El domingo se rindió un homenaje al primer bailarín Jorge Cano, quien desempeñó el más sólido papel como partenaire, o pareja de los más conocidos pas de deux, con toda primera bailarina mexicana y algunas extranjeras.
Jorge Cano ha sabido mantener la calma en todo tipo de situaciones y conflictos en el mundo del ballet, en la certera tónica de permanecer y servir a la danza, lo cual ya es un logro formidable. Tierno y discreto, es un bailarín entrañable y uno de los verdaderos artífices de la danza clásica en este país.