espués de un largo periodo de espera, por fin llegaron a nuestro país las primeras vacunas contra la influenza pandémica A/H1N1. No hay nada que festinar, pues es una muestra patética de nuestra dependencia en el área de la prevención de las enfermedades. Pero no sería justo ver sólo el lado negativo, pues si bien estos biológicos ya habían sido creados y se aplicaban desde dos meses antes en las naciones desarrolladas, nuestras autoridades sanitarias estuvieron puntualmente formadas en la fila, bien peinaditas, pagando por anticipado, ¡faltaba más!, y solicitando nuevos fondos a los organismos internacionales con los que ya de por sí estábamos endeudados.
Muchas personas se preguntan si la vacuna es segura, y si deben aplicársela o no. Yo digo que sí, siempre y cuando la encuentren en el sector salud, pues el número de dosis que llegó a México es mínimo para las dimensiones del país, y las que ahora se tienen están reservadas para los trabajadores de la salud y las mujeres embarazadas. No hay suficientes, y habrá que seguir esperando a que los laboratorios nos vendan más. Las primeras remesas ni siquiera alcanzan para otros grupos de riesgo, como quienes padecen enfermedades pulmonares crónicas o patologías metabólicas como la diabetes, mucho menos para la población general. Dentro de todo hay una buena noticia, pues, a diferencia de lo que ha sostenido José Ángel Córdova Villalobos, secretario de Salud, no existen evidencias para clasificar a la obesidad como factor independiente de riesgo. Todo lo anterior significa que, con vacunas o sin ellas, deben mantenerse y reforzarse las campañas preventivas contra la influenza.
Mientras tanto, la pandemia sigue extendiéndose en el mundo. Con un agente, el virus A/H1N1, que muestra cambios en su genoma, cuyo curso, de acuerdo con los expertos, es impredecible. Por lo pronto estas mutaciones se han detectado en un número todavía limitado de muestras en Noruega, así como en Brasil, China, Japón, México (reconocidos tardíamente por el INDRE), Ucrania y Estados Unidos. Esta modificación es diferente a otra detectada previamente, que crea resistencia al tratamiento con Tamiflu. Cuando en 2010 estemos inundados de vacunas y deudas, o nos ataque una pandemia diferente, habrá que pensar en nuevas vacunas, y nuestro país, por no encarar de una vez por todas la creación de sus propios agentes biológicos, seguirá llegando tarde y endeudándose indefinidamente, como lo marca el destino inevitable de las naciones encadenadas a la dependencia científico-técnica.
Hay naciones que ante la influenza pandémica A/H1N1 han creado de forma independiente sus propias vacunas. Entre ellas, Australia, Canadá, China, Hungría, República de Corea, la Federación Rusa y Estados Unidos. En Europa, las autoridades regulatorias han aprobado las creadas por los laboratorios GlaxoSmithKleine, Novartis y Baxter, que son algunos de los proveedores consentidos del gobierno de México.
Pero a pesar de todo lo dicho, y aunque parezca contradictorio, creo que es mejor contar con las vacunas que no tenerlas. En los países en los que se aplican desde hace varias semanas (que de alguna manera funcionan para nosotros como un bioensayo) ha surgido la pregunta sobre la seguridad de las mismas e incluso han aparecido grupos que se oponen a su administración. Los datos disponibles muestran que son tan seguras como las creadas anualmente contra la influenza estacional, lo que significa que tienen una elevada efectividad, aunque siempre hay un grupo pequeño de casos que muestran reacciones adversas, por lo que debe mantenerse constantemente la vigilancia de los sistemas de salud para atenderlos y evaluar en cada momento la eficacia general. En otras palabras, no existen hoy razones de peso para que se desconfíe de la efectividad de este recurso.
Para México la opción más clara es la producción de sus propias vacunas. Si esta pandemia trajera como resultado romper con la dependencia en este campo, sería la mejor noticia. Las autoridades de salud han optado por la asociación con la farmacéutica francesa Sanofi, para crear una planta en nuestro país que las produciría a partir de 2012. Pero este modelo siempre me trae a la mente a Miguel S. Wionczek, estudioso de los contratos de transferencia de tecnología, quien afirmaba que de nada le sirve a una nación tener la planta de una trasnacional en su territorio, si esto no se ve acompañado de la incorporación endógena de los conocimientos y las técnicas empleadas.
En paralelo, en las instituciones de educación superior e investigación en México existen los recursos humanos para emprender esta tarea. También hay las condiciones para establecer convenios de colaboración con naciones de nuestro continente que comparten esta necesidad con nuestro país. Sin duda, aquí hay otro modelo que debería ser explorado.