as crisis provocadas por la especulación financiera han sido caracterizadas como una especie de manía. Hay, en efecto, mucho de extravagante en la actual crisis internacional asociada con la expansión sin freno de las transacciones con títulos que amparaban deudas de cada vez menos calidad y empaquetadas hasta perder el rastro de los riesgos que entrañaban.
El furor de los que crearon y alimentaron esos mercados minó la estructura de los grandes bancos y de la compañía de seguros más grande del mundo. Se acompañó también de una política pública –fiscal y monetaria– que se acomodó y favoreció la especulación. Hasta que todo reventó, como ha ocurrido en la historia cuando la valuación de algún activo se desborda y pierde límites, arrastrando lo que está a su paso.
El costo, como se sabe, ha sido enorme y se ha tratado sobre él de manera extensa: creciente desempleo, pérdida de producción, alza de déficit fiscales, deudas públicas que habrá que pagar por muchos años; en fin, destrucción de la riqueza y del bienestar en medio de recursos disponibles. La gran paradoja recurrente de la economía mercantil y basada en el crédito.
De ahí la gran relevancia de comprender lo que es el dinero y el crédito y de las formas en que se desenvuelven las deudas en la sociedad. No son éstos elementos neutrales en el comportamiento de la economía; significan, en cambio, relaciones de poder y afectan de manera determinante la conducta de los inversionistas y los consumidores. De ahí emana la relevancia de las políticas gubernamentales y de la relación conflictiva entre lo privado y lo público.
Falta aún mucho para superar esta crisis, que es sólo la más reciente, y cada vez más se identifica el resurgimiento de las actividades especulativas y de los criterios de conducta que rigen a las grandes empresas financieras por todas partes.
Lo que parece, según se ha descrito en un diario especializado, es que sólo ha habido un respiro para volver a las andadas, como una adicción, un modo de ser del que no se puede escapar. Dijo el columnista de aquel diario que era como si luego de la matanza de la Primera Guerra Mundial, las partes en contienda se hubiesen sentado a tomar una taza de té y como si no hubiese pasado nada se lanzaran a la Segunda y a un nuevo exterminio. Vaya imagen.
Dos asuntos sobresalen pues. Uno es la vuelta a la sobrevaluación de los activos. El oro en un caso en cuestión, también los préstamos que se están haciendo para invertir en acciones. Se aprovechan las bajas tasas de interés prevalecientes y con rendimientos reales muy negativos.
Hay indicios de que las empresas se apropian de esos recursos y pagan compensaciones a sus ejecutivos; aquellas se quedan con la deuda y el banco con el riesgo. Las acciones en China y otras llamadas economías emergentes suben de precio y se inflan.
Ya se sabe que en caso de que se acumulen esos riesgos y se enfrente una fragilidad sistémica o que se considere que una institución es demasiado grande para quebrar
, interviene el gobierno y pagan los ciudadanos con sus impuestos.
El otro asunto tiene que ver con la práctica de los ejecutivos de los grandes bancos y tras instituciones financieras no piensan en absoluto ajustar sus retribuciones salariales y, sobre todo, sus bonos. Parece que creen que todo ha sido sólo un mal momento y que las cosas habrán de seguir como de costumbre. Es más, se lo merecen.
Los gobiernos de Bush y Obama intervinieron en los bancos y limitaron las compensaciones de los altos cargos. El malestar ha sido enorme. No se trata de evaluar cuánto deben ganar, pero sí de considerar de modo atento cómo es que rinden cuentas ante los accionistas y apreciar que sus operaciones tienen una repercusión sobre el resto de la sociedad. El equilibrio entre lo público y lo privado, otra vez, es inestable.
Varios bancos se han apresurado a pagar los fondos recibidos por el gobierno y liberar sus prácticas de retribuciones salariales y bonificaciones. Godman Sachs –el ganón
de esta crisis– ha dicho de plano que nunca necesitó del dinero público. Bank of America va a repagar también próximamente. Mientras el secretario del Tesoro y presidente de la Reserva Federal se quejan de las prácticas de gestión de los bonos. Todos los demás, mirando nomás.
Hay quien puede ver en todo esto un asunto moral asociado con la especulación o la avaricia. Me parece que es relevante atender al modo de operación de la economía contemporánea; a la constante y cada vez más recurrente necesidad de episodios altamente especulativos que sirvan para resarcirse de las pérdidas de las crisis anteriores; a los límites de este proceso si los hay. Y, de nuevo a la incapacidad que se ha manifestado desde la década de 1980 de establecer algún modo de relación funcional entre el gobierno y el mercado
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